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Nueva reforma tributaria II

Para no quedar como un zapato hay que cumplir lo prometido. El incumplimiento de las promesas genera desconfianza, contrariedad y decepción a quienes se las ofrecen. De veras, el quebrantamiento de los compromisos produce desazón hasta para pedir disculpas, excepto a los políticos. Desafortunadamente (aunque algunos o muchos de los lectores no lo acepten), en el mundo no hay políticos que superen las sinvergüenzuras de los políticos colombianos, esto es tan cierto que no los sonroja ni siquiera ninguna impudicia, por ende, el erario de nuestro país siempre es insuficiente.

En mi columna anterior, dije: «No es secreto que la corrupción ha permeado a todos los estamentos del establecimiento colombiano, tanto públicos como privados y, para colmo, han conformado un poderoso contubernio del que salen librados los funcionarios y empresarios más influyentes, por el blindaje de sus inmensas fortunas. En todos estos casos, la mayor responsabilidad de que en nuestro país impere la corrupción recae sobre la dirigencia política. Para hablar detalladamente sobre este espinoso tema el espacio no me alcanza». No voy a pormenorizar porque lo más seguro es que los lectores dicho tema lo conocen a plenitud; es decir, con pelos y señales. Y me volvería cansón repitiendo lo mismo.

La inoportuna, para no decir indeseable, nueva reforma tributaria que aprobará el Congreso, otra vez será una colcha de retazos, pues la mayoría de los expertos y hasta algunos políticos afectos al partido del presidente Duque, la responsabilidad se la endosan al ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla. ¡Caramba! Tanta desfachatez da risa y riso, tal cual como diría el presidente de Venezuela, el irreverente Nicolás Maduro. Porque este señor Carrasquilla, a quien los medios se empecinan en catalogar como técnico, en realidad es un político más descarado que aquellos que los ponen dizque a administrar el patrimonio público, a sabiendas que es uno de los tantos títeres que se enriquecen o aumentan sus riquezas guardándole fidelidad a los mandamás. Y entre más fieles más se enriquecen.

Hace dos días fui a pagar los impuestos para ahorrarme los habituales descuentos por pronto pago. En las largas colas por la proximidad de perder las consabidas rebajas, la mayoría de las conversaciones y protestas giraban alrededor de la mala situación y escuché cierta unanimidad de querer votar por Gustavo Petro, diciendo en voz altisonante: “Estamos bien jodidos y desde hace tiempo venimos así, de mal a peor. Entonces tocará votar por Petro, para ver si nos acabamos de joder o se nos mejora la situación”. Me sorprendió, ya que los que pagan impuestos, específicamente por vehículos, no son ciudadanos de los estratos más bajos, generalmente son aquellos superiores al estrato tres.

Los políticos colombianos y todos sus partidarios saben muy bien por qué el pueblo venezolano está sufriendo penurias y los mártires no son los ricos descendientes de los políticos, como Carlos Andrés Pérez y poderosos empresarios, de cuyas inmensas fortunas gran parte la enviaron al exterior anticipadamente, especialmente a paraísos fiscales.

De llegar Petro al poder le tocaría amangualarse con los países donde gobiernan personajes que tienen las mismas ideologías, los cuales, sin duda alguna saquearían las riquezas del subsuelo colombiano. En fin, los políticos colombianos y sus camarillas están jugando con candela porque ya la gente está desesperada y al pueblo enfurecido no lo detiene nada.

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