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Nuestro escaso capital social

Las sociedades más prósperas son aquellas en que brota la asociación, sea para juntar propósitos en alguna idea productiva, o en la defensa de un interés colectivo o de una causa específica que une a la gente.  Aquellas comunidades que alcanzan esos encuentros de solidaridad logran importantes indicadores de progreso, en particular cuando están en el mundo del subdesarrollo.

Si se va a ciertas regiones de mayor desarrollo relativo en el país se encuentra que en aquellos lugares en que la gente trabaja solidariamente, a través de cualquier tipo de organización, se impacta más en el bienestar general.  Se tienen más alineados los intereses propios y los de grupo, se identifican claras vocerías y representación, se hacen más económicamente productivas las tareas y se obtiene mayor atención y recursos tanto de gobiernos nacionales como de internacionales.

En algunos sectores se ha identificado la explosión de las ONGs, las organizaciones no gubernamentales, como un desafío al establecimiento, y nos es más que el concurso de afinidades en la población para hacer más fuerte la llamada ‘sociedad civil’. Ya no son las tradicionales organizaciones sindicales y campesinas que moldearon la lucha social, o las políticas sobre el empleo, el trabajo o la burocracia estatal. O el tradicional movimiento comunal que se edificó sobre las estructuras barriales, corregimentales y veredales.

Un pie en ese proceso pusieron de presente otras organizaciones como las indígenas, que al decir del sociólogo momposino Orlando Fals Borda habían irrumpido con fuerza en el escenario no solo con un programa para sus miembros sino con un programa de gobierno nacional. Ese filón fue provechoso para el renacimiento de comunidades olvidadas, que gracias a su organización y vocerías se hicieron sentir desde que al levantarse frente a la tradicional autoridad religiosa capuchina,  hace unos  40 años,  cuando desalojada aquella, san Sebastián de Rábago se convirtió -volvió a ser- en Nabusímake.

Ese proceso defendió y marcó un hito para que el pueblo arhuaco reafirmara su propia fe en sus cosmogonía y prácticas ancestrales, pero igual los koguis, los wiwas y los aculturados kankuamos.

Es una muestra de lo que hace la organización social, de su afirmación propia, y de su papel dignificante sobre sus integrantes.

Promover la participación constitucional es estimular la asociación de la gente;  otras veces como simple veeduría  de una obra pública, o como movimiento espontáneo en la defensa de un río como determinante de una localidad o región.

Exaltamos que así como un grupo de personas, en la versión clásica, pone su pequeño capital y su trabajo para hacer posible la empresa -otra forma de organización social- el esfuerzo que hace la población de El Cesar, como pescadores, amigos del medio ambiente, protectores de las ciénagas, usuarios de servicios públicos, veedores ciudadanos, y representantes de los diferentes gremios y oficios, entre otros, son vitales en la sociedad.  Sabe el lector ¿cuánto contribuyeron a la creación de El Cesar, clubes como el de los leones?

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