“Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”: Colosenses 3, 4.
Necesitamos tener a Cristo, como nuestra vida. Debemos permitir que Dios tome total posesión de ella y obre a través de nosotros más allá de lo que pedimos o entendemos.
Cristo debe ser nuestra razón de ser. Nuestra sólida plataforma ideológica sobre la cual sustentar nuestra existencia. Debe ser nuestro ejemplo, modelo de vida a quien debamos seguir e imitar. Debe ser nuestra meta a perseguir y nuestro objetivo a lograr. Y debe ser nuestra suficiencia y nuestro sentido de realización y de destino.
Así, si Cristo ha de ser nuestra vida, en primer lugar, tenemos que mirar a Cristo delante de nosotros como nuestro ejemplo. Tenemos que conocerlo y albergarlo en el corazón, no para que se quede plácidamente escondido en nuestro interior, sino para que se manifieste en cada acción y momento de la existencia.
Entreguemos nuestros corazones a Dios, para que él viva su vida a través de nosotros. Casi suena demasiado elevado y presuntuoso, pero el gran secreto de la vida cristiana, es que Cristo continúe viviendo su vida, con todo el poder de su resurrección, en nosotros y a través de nosotros.
En segundo lugar, tenemos que considerar que, Cristo está a favor nuestro como nuestra Propiciación. Con su vida, Cristo preparó el camino por el que debemos andar. Llevó a la cruz todos nuestros errores, pecados y equivocaciones, el castigo de nuestra paz le fue aplicado, para que por su llaga fuéramos sanados.
En tercer lugar, debemos tener a Cristo, como nuestro Señor, Salvador, amigo, líder y guía. Esa fue su maravillosa promesa cuando se fue: “He aquí yo estaré con vosotros, todos los días, hasta el fin de los tiempos”. Si alzamos nuestros ojos, y tomamos un poco de tiempo para reflexionar, sabremos que Cristo es nuestro mejor amigo y está más cerca de nosotros que cualquier otra persona. Cristo quiere andar con nosotros, como nuestro compañero para que nunca estemos solos. No habrá prueba, ni dificultad, ni fuego, ni agua a través de la cual tengamos que pasar, en que no se cumpla la promesa de: “Yo estaré contigo”.
No habrá batalla que tengamos que librar, en la que quedemos derrotados. Ya sea contra el pecado o la tentación, la debilidad o la impotencia que tengamos que sufrir, es posible tener a Cristo a nuestro lado en todo momento.
Como líder, nos señalará el camino. Como compañero, nos consolará con su presencia.
Por último, Cristo en nosotros, es nuestra vida y fortaleza. En las palabras del apóstol: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Abramos nuestra vida al poder de Jesucristo, para que él entre a morar, a controlar, a santificar. “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece”. Cristo es el poder de Dios, y nosotros queremos más de Cristo. Queremos a Cristo en su totalidad. Queremos que Cristo esté en nosotros revelado por su Espíritu. Queremos ser canales para que el poder de Dios fluya en nosotros y a través de nosotros.
Amados amigos, ¿Estamos listos para entregarnos y recibirlo? ¿Queremos un compañerismo más íntimo con Cristo? Sí Cristo es nuestra vida, él vivirá en nosotros con todo el esplendor de su gloria y la plenitud de sus promesas. Acudamos a él con todas las cargas y pesares que hacen que nos condenemos a nosotros mismos y pongamos todo a los pies de Jesús, creyendo que es suficiente para limpiar, sanar y restaurar.
Dios manifestará a Cristo dentro de nosotros, por su Santo Espíritu. Abramos un espacio para él, en nuestra vida, casa y relaciones. Recibámosle en nuestro corazón y él cambiará nuestra vida y nuestro entorno. Un abrazo y muchas bendiciones.
Por Valerio Mejía Araujo