X

Nuestra naturaleza

“¡Miserable de mí! ¡Quién me librará de este cuerpo de muerte?”. Romanos 7,24

Nuestra conflictividad emocional se torna muy compleja, todos traemos heridas en nuestra vida, ya que es inevitable que en algunos momentos de nuestra existencia hayamos sido victimas o victimarios de ofensas, presión, errores, malos tratos, adversidad, desprecio, desengaños, traiciones o tiempos difíciles. Sea lo que sea, debemos evitar que todas esas situaciones que son hechos reales de la existencia humana, produzcan además, heridas y resentimientos.

Todo esto irrumpe en nosotros y lentamente minan nuestra naturaleza llevándonos a ejecutar acciones incorrectas, las cuales no nacen de nuestra conciencia, sino de nuestra naturaleza dañada por los efectos del pecado. Así pues, podemos arrastrar en nuestra conducta, aun siendo fieles, estas acciones dentro de nosotros, siendo en tal caso un problema de carácter y conducta que no procede del deseo de hacer mal o causar daño, sino de la naturaleza y costumbre viciada por los malos hábitos.

El Apóstol Pablo descubre aspectos de esa naturaleza que mora en nosotros: En nuestros miembros mora la rebeldía adámica, más los pecados adquiridos en el entorno, por lo que descubrimos que deseamos hacer el bien, pero no podemos; y sin querer, hacemos lo que aborrecemos. De Ahí su agónico grito: ¡Miserable de mí! Puesto que para librarnos totalmente de nuestra naturaleza y de las inclinaciones a pecar, tendremos que esperar la muerte.

Dos realidades estarán latentes en nosotros: Cargamos una naturaleza enferma, imperfecta, débil y viciada, al tiempo que también desarrollamos dentro de nosotros una naturaleza espiritual, eterna, perfecta y poderosa que es inmortal. No podemos ser libres para alcanzar la estatura final de la perfección hasta que nos liberemos de este cuerpo mortal, que es la atadura que limita la plenitud de lo que habremos de ser.

Pero eso sí, seguimos en la lucha y buscamos cada día un mayor grado de crecimiento espiritual sobre la imperfección de la carne, procurando sojuzgarla a la ley del Espíritu. Esta lucha entre perfección y debilidad, entre gracia y pecado, entre bien y mal, será constante y permanente hasta la liberación de este cuerpo de muerte.

Necesitamos, hoy más que nunca, esa sensibilidad espiritual que nos permita confrontarnos con nuestros errores y así poder iniciar la superación de nuestros yerros y equivocaciones y con ánimo presto, buscar el perdón y la misericordia de Dios.

Debemos entender que somos humanos y que nadie es impecable; por lo tanto, susceptibles de caer por una debilidad, una reacción circunstancial o una herida emocional; por lo cual aceptamos y luchamos cada día contra esa naturaleza dentro de nosotros. Somos pecadores, si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos; y cada nuevo amanecer, buscamos esa meta de perfección. Pero si por debilidad o deliberadamente pecáremos, dice la Palabra que abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.

Amados amigos lectores, la acción de los errores de nuestra naturaleza van dirigidos contra Dios, contra nosotros mismos o contra otros; para lo cual, tres antídotos maravillosos son: La confesión, reconociendo mis errores y restaurando la comunión. El perdón, sin arrastrar recuerdos negativos de cosas que nos afectaron, sino aceptando la realidad sin guardar resentimientos. El amor, solamente el amor de Dios en nosotros nos podrá ayudar a superar situaciones difíciles en ciertos momentos de la vida.

No podemos negar que nuestra naturaleza, el estilo de vida que llevamos y los males que vamos arrastrando, nos hacen muy vulnerables emocionalmente a muchos conflictos. Así pues, luchemos cada día contra la proclividad de nuestra naturaleza. ¡El señor nos ayude!

Saludos y muchas bendiciones.

Categories: Columnista
Valerio_Mejia_Araujo: