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Nuestra condena: seguir siendo Colombia, no Venezuela

Nos corresponde seguir siendo colombianos, con responsabilidad, con la alegría que produce lo que eso significa. Ser de Villanueva como Rosendo Romero o Fello Amaya; de Boyacá como Nairo Quintana, o paisa como Rigo Durán, santandereano como César Luna, mi abogado amigo, vallenato, como Iván Ochoa o quizás atanquero como Julio Mindiola o Rodolfo Ortega. Es nuestra responsabilidad que el orgullo de ser colombianos se refleje en la capacidad para transformar a nuestro pueblo con acciones positivas.

Me refiero con esto a que no somos ni seremos como Venezuela, ni Cuba; no castrochavistas ni comunistas. Somos colombianos con orgullo, nos asiste la obligación y el deber de sacar adelante nuestra patria querida. ¿Y eso cómo lo logramos? Siendo agentes transformadores, siendo honestos con el país. Haciendo justicia y siendo justos en la justicia. El país se desangra y los responsables, según el sentir del pueblo, que día a día se sofoca señalando y lanzando juicios  -verdugos de bla bla-, a la hora de la verdad “es puro tilín tilín y nada de paletas”, siguen campantes como si nada. Seguimos escogiendo a los mismos sirveng?enzas del tamal, del ladrillo y del cemento. Es decir, somos responsables de nuestra propia desgracia.

Pero hay una luz al final del túnel, debemos seguir cultivando valores, enseñando a las nuevas generaciones a trabajar con denuedo. Insistir, nada perdemos con volver a empezar. Hay que estudiar con responsabilidad y a servirle a la patria con gusto, no con intereses mezquinos. Así, de esa forma, tendremos un mejor país. El país de la alegría: de carnavales de Barranquilla o de blancos y negros en Pasto.

De festivales por doquier con homenajeados o sin ellos; de colores verde o rojiblancos. De Nacional o del Junior; de tour de Francia y vueltas a España o  partidos del Real y Barcelona. Pasamos de manera increíble del Chemesquemena al Santiago Bernabéu. Cosas de la globalización.

Nos corresponde pensar más seriamente en las familias pobres, en los niños con hambre y sin estudios, en la madre abandonada con sus hijos y en el campesino sin tierra. Es nuestro deber velar porque las obras se hagan de calidad y completas y que además se orienten al beneficio comunitario y no a satisfacer lucros personales. Ya está bueno de seguir siendo irresponsables, de seguir cultivando nuestra propia desgracia. Ya está bueno de seguir siendo permisivos y tolerantes con los corruptos. No es posible que se apliquen condenas irrisorias a los que se roban la plata del progreso social, de la salud y de la educación de los niños. Mientras tanto y ante estos hechos, nos seguimos mirando en espejos ajenos y reflejando nuestro futuro en el presente gris de nuestros vecinos, dejando que un cielo negro siga empañando la forma honesta de hacer política y corrompiendo a los pocos políticos sanos que aún nos quedan. Quedan pocos días para escoger seriamente y con fundamento social, a los que van a legislar en nuestro país. A los que aprueban reformas fiscales y cascadas de impuestos. A los que deberían mirar con rigor los temas de corrupción y coadyuvar a que nuestra justicia sea justa y transformar la forma de hacer  política en  este país.

Este 11 de marzo es necesario comenzar a escribir una nueva historia en este país amado. En nuestras manos está ser colombianos de orgullo o cultivar la premisa de seguir con  la condena de ser Colombia, no Venezuela.  Sólo Eso.

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Eduardo Santos Ortega Vergara: