La mañana del 17 de abril de 2014, tras una mala noche producto de una inoportuna fiebre de virosis que no me permitió dormir, desperté en una cama de Nueva York con el vacío de leer un tweet que confirmaba la muerte de Gabo. Dos jóvenes ingenieros de accidentado inglés germano que compartían la habitación conmigo notaron mi sorpresa y preguntaron qué sucedía, no supe cómo hacerles entender que el único personaje universalmente famoso de mi país era un viejito que inventaba relatos fantásticos sobre un pueblo que no existe. “Era como nuestro Günter Grass” dije tratando de explicarme mejor, entonces descubrí que los ingenieros alemanes nunca han escuchado hablar de Günter Grass.
A un año de aquel fatídico jueves santo es bueno preguntarnos qué ha sido de nosotros después de Gabo y aunque hay varios puntos a favor, existen unos lunares que prenden las alarmas de cara al futuro de nuestra literatura.
Primero, sus obras. Gracias a la fusión de la editorial Penguin con Random House Mondadori, la bibliografía completa de Gabo vuelve a estar disponible para el público en distintas ediciones para todos los gustos. Desde las económicas de bolsillo hasta las de tapa dura con caja de lujo, el catálogo es generoso en títulos, incluso los más flojos y seniles como “Memoria de mis Putas Tristes”. Duele admitirlo, pero durante las décadas turbias que duró el monopolio de los derechos macondianos en manos de Norma hacerse con todo el cánon garcíamarquiano era una faena épica a la altura de las hazañas del Coronel Aureliano Buendía.
Segundo, su manuscrito. “En Agosto nos vemos” es supuestamente su texto póstumo que según el fallecido periodista José Salgar estaba listo en 2008, pero que curiosamente seis años después no había visto la luz. Publicar el libro sin el beneplácito de Gabo sería un irrespeto a su memoria y respondería a un claro clamor comercial antes que a un homenaje a su trabajo. Si las páginas escritas hubiesen sido satisfactorias para él en vida, habría dado la orden de imprimirlas hace años, es entonces claro que sus razones habrá tenido para no hacerlo.
Tercero, su legado. Si bien es cierto que Gabo agotó el género del realismo mágico en Colombia, y que los nuevos escritores han forjado una senda completamente distinta a la que él trazó, hay una verdad irrefutable: Hoy por hoy no hay una pluma de nuestro país que tenga posibilidades de pelear un nuevo Nobel para nuestro país en el horizonte cercano. Los veteranos que tenían algunos chances, como Álvaro Mutis, ya no nos acompañan y las promesas del presente, como Jorge Franco o Juan Gabriel Vásquez, apenas están haciéndose a un nombre frente a otros autores del continente que ya han consolidado una línea argumentativa definida. Adicionalmente, con temáticas repetitivas encerradas en narcotráfico, prepagos, guerrillas y paramilitarismo, nuestra literatura de exportación está cayendo en lugares comunes que no impresionan a nadie.
Macondo nunca tuvo entre sus habitantes a Pablo Escobar y logró que todo el mundo supiera de su existencia, salvo los ingenieros alemanes, claro.
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