Es verdaderamente indignante ver cómo el gobierno Petro ha construido una estructura perversa que pretende la impunidad total para los delincuentes. Sin duda esta estructura es la factura que debemos pagar los colombianos a cambio del apoyo de criminales a la campaña presidencial del Pacto Histórico.
Todos recordamos las grabaciones difundidas por radio en las que capos del narcotráfico y jefes de las principales bandas criminales invitaban a familiares y amigos a votar por el cambio. Y también vimos las imágenes en las que Juan Fernando Petro, hermano del actual Presidente, el mismo que ahora exige camioneta blindada y se abroga la designación de Danilo Rueda como comisionado de paz, entraba a La Picota “como Pedro por su casa”, para reunirse con hampones de cuello blanco que desangraron las arcas del estado a punta de entuertos y contratos adjudicados a dedo a amigos y testaferros. Así habló con varios de esos señores, de los que nadie quiere acordarse, para pedirles apoyo para la campaña de su hermano, a cambio de beneficios que les permitiesen salir de la cárcel y lavar los dineros de los que se apropiaron de manera abiertamente ilegal.
Pareciera que Colombia renunció a ser un estado social de derecho desde el 7 de agosto del 2022. La constitución y la ley se han relativizado, el ejecutivo intenta a toda costa imponerse por medio de decretos y quienes infringen las normas, que han sido establecidas para vivir en comunidad, en orden, para proteger los derechos de todos, se ven premiados descaradamente.
Este gobierno malsano nos toca las narices y no hacemos nada. Si bien es cierto que la llegada de Petro al poder permitió que quienes nunca habían gobernado llegaran a esa instancia, la corrupción se disparó y el caos se apoderó de la gestión pública nacional. Está claro que ahora los corruptos son otros pero éstos no han escondido su deseo desaforado de aprovechar esta palomita de 48 meses que tienen. Tengo bien presente las declaraciones de Petro siendo senador, cuando le afirmó en un live a Vicky Dávila que la paz no se construye con los hampones y que si un gobierno negocia con ellos, es un gobierno hampón. ¿Dónde quedó todo eso? Y también me indigna ver al ahora senador Ariel Avila -aclaro que no somos familia, no somos nada-, defendiendo proyectos de ley en los que se permite a los delincuentes salir libres, lavar sus culpas y sanear sus platas mal habidas, bajo la excusa de que la paz total debe conseguirse a cualquier precio. No señores, así no es.
Basta también recordar cómo Francia Márquez, la actual vicepresidenta, aquella que acuñó el mote de “vivir sabroso”, la que se ganó el premio Goldman en 2018 -premio que le generó ingresos por 175 mil dólares-, hacía parte del grueso de colombianos beneficiados con dineros del programa denominado Ingreso Solidario. La señora pasó de recibir subsidios del estado a llegar en helicóptero a su casa de Cali. ¡Ella no sólo vive sabroso sino que viaja sabroso!
También ha sido descarada la manera como los miembros de la Primera Línea y otros delincuentes, como el hijo de ‘La Gata’, ‘El gatico’, han sido dejados en libertad para apostarles al proceso de la paz total como gestores o facilitadores. “¡El diablo haciendo hostias!”
¿Dónde quedamos quienes cumplimos la ley, quienes madrugamos todos los días para trabajar y construir un mejor país, quienes pagamos puntualmente los impuestos que ahora financian estas sinvergüencerías? ¿Qué mensaje enviamos a la juventud con esta realidad distorsionada? Ahora nuestros jóvenes prefieren tirar piedras en las calles en vez de estudiar y trabajar para salir adelante fruto de este desorden institucional que estamos viviendo, que padecemos todos los días. Es absurdo e injusto que los ciudadanos de bien estemos agobiados por la desesperanza, seguimos en un letargo que no nos permite entender lo que está pasando, nos sentimos en un limbo que se parece más al mismísimo infierno.
Van 6 meses y medio de esta tragedia y nos embarga la aflicción al ver el daño que han causado estos señores. ¡Que Dios se apiade de nuestra Colombia!
Por Jorge Eduardo Ávila