Con indiferencia, ya miramos, referimos y sentimos (que es lo peor) la más cruda pandemia que se ha ensañado contra todos. Esa acostumbrada sensación se ha apoderado como bálsamo de resignado dolor más que de miedo del ámbito de nuestras conciencias.
Esa situación ha causado en el editorialista del domingo en el Espectador, el profesor Rodrigo Uprimny, un grito, como tituló su columna, en “un intento desesperado para que intentemos una mejor respuesta frente a esta tragedia. Desde hace varias semanas mueren más de 500 personas diariamente por la pandemia. El promedio de los últimos seis días es de 640 con tendencia al alza, lo cual lleva a Colombia a una tasa diaria de 12,6 muertes por millón, muy superior a las de India o Brasil y una de las más altas del mundo. A pesar de la inmensidad del dolor detrás de cada muerte, mi impresión es que estamos recibiendo esa noticia diaria con la misma indiferencia que un anuncio meteorológico. ‘Hoy en Colombia llovió torrencialmente y murieron 700 personas por COVID-19’.
Los gobiernos, nacional y locales, parecen haber igualmente aceptado esa mortandad como una fatalidad de la reapertura económica.
La única apuesta de las autoridades parece ser la vacunación, cuya velocidad afortunadamente ha aumentado, pero que tomaría, en el mejor de los escenarios, meses en reducir significativamente las muertes, incluso con 400.000 dosis diarias. Y cada mes, si seguimos así, serían 20.000 muertes”.
Uprimny entra en su análisis intentando provocar un diagnóstico que mueva a hacer algo: “Tengo claros los difíciles dilemas de las autoridades para enfrentar este terrible pico, cuando al mismo tiempo vivimos una crisis económica y social dramática (…) también el agotamiento sicológico y social frente a las cuarentenas, que resta mucha eficacia a cualquier medida de aislamiento obligatorio.
Todos estamos desesperados, pero me resisto a creer que debamos aceptar esa mortandad y seguir, impasibles, con la reapertura económica. ¿Por qué no mantener e incluso fortalecer ciertas medidas de aislamiento social por unas semanas, como parar el retorno a las oficinas que no requieran presencialidad, para bajar los contagios, mientras la vacunación surte efectos?”.
Al final, afirma no tener respuesta a ese y otros interrogantes que él mismo se plantea de otras cosas y medidas que podrían implementarse. Y admite que ni el presidente ni los mandatarios locales la tienen, pero manifiesta la necesidad de una urgente reunión de alto nivel multidisciplinaria de economistas, salubridad, sociólogos, para que presenten en una semana un plan de choque. Para así saber si se pueden hacer cosas distintas a las que se han hecho y si no hay alternativas.
Las asociaciones médicas se han quedado como extrañas blancas golondrinas, que no hacen verano, llamando al aislamiento social. Ya no nombran confinamiento pues suena cursi, destemplado, pasado de tiempo.
Desde esta tribuna local vemos con resignación que nos tocará convivir, rezar, llorar, vacunarnos y hacer una vida económica, social, recreacional, educativa de forma rutinaria, como si no pasara nada.