No creo que sea exclusivo de nosotros las gentes del caribe, pero es lo que tengo a la mano y entonces a eso me referiré.
García Márquez toca el tema de soslayo en sus ‘Cien años de soledad’ cuando se refiere a lo reciente de la creación universal cuando muchas cosas no tenían nombre y entonces para distinguirlas había que señalarlas.
Ese modo de actuar es propio de nuestros pueblos es decir que a lo innominado le van buscando nombre, porque las nomenclaturas y georreferenciaciones existen desde hace poco. Hoy se acude a un satélite geográfico y tendremos la oportunidad de mirar imágenes no solo de su ubicación sino de su entorno y detalles.
Pero la fuerza del uso de un nombre para determinado sitio lo transforma en un icono de tal manera que entonces utilizar otro medio es causar confusión. Ayer, por ejemplo, estuve andando la zona denominada “el callejón de Pedro Rizo”, un conglomerado de pequeños comerciantes con una variedad de oferta que causa admiración. Aquel fue un comerciante en misceláneos proveniente de Ocaña, por allá en 1948, que montó su pequeño negocio y allí en el hoy conocido callejón en donde el señor Rizo ejerció el comercio y que a falta de más señas era utilizado como referencia, por ejemplo “al lado del callejón de Pedro Rizo”, personaje a quien no conocí pero que a no dudarlo perteneció a una estirpe que con su aporte hizo de Valledupar la ciudad que es hoy.
Pero en sí qué ha sido ese callejón, y buscando me tropecé con un interesante escrito de Benjamín Casadiego en el periódico virtual Panorama Cultural, que cito entre comillas: “El callejón, y su extensión, es un denso fluir de sacudidas, un aire de fronteras difusas, prestas al juego, entre la luz y la sordidez espesa, entre la transparencia y lo oscuro: su inicio es un estrecho pasaje, con empalizadas cubiertas de mallas y plásticos para amortiguar el sol, armarios de vidrio exhiben zapatillas, bolsos y joyas de plástico; vestidos de colores cuelgan del techo, camisas resbalan de endebles soportes; artesanía, bisutería, un baúl se abre como un tesoro de cuentos árabes o historias de corsarios distraídos”.
Y así como ese callejón otros puntos tomaron nombres tal y como “Los tres postes”, “ Las piedras blancas”, La entrada a Arizona, antiguo Hipinto, Cinco Esquinas, La Ceiba, el callejón de la Purrututú , el callejón de Los Magolos y otros más.
Por el contrario, hay vías con flamantes nombres como el de la “salida a Fundación (así se indicaba pues Bosconia no existía)”, que lleva el nombre del expresidente Julio César Turbay Ayala y la Carrera 9 oficialmente es Avenida Efraín Córdoba Castilla, el meritorio e inmolado magistrado del Tribunal Superior de Valledupar. Pocos saben eso.
Me dicen los que conocen que en San José de Costa Rica no existe nomenclatura como tal y las direcciones son estilo “pueblo”, es decir, se le indica al requirente con base en sitios conocidos y unos metros al norte o tantos a la derecha.
Hay un poblado costeño que a su zona de tolerancia se le llamaba eufemísticamente “el barrio”. Todo el mundo entendía.
Por: Jaime García Chadid