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No vivo sin ti

Por Leonardo José Maya

Lo sentía tan lejano como si procediera de algún recuerdo. Nada sabía de olvidos, no conocía de engaños, su amor era puro solo tocado por la caricia de un verso y la luz de una estrella. ¿En que nave de mil mares se había escondido? que cielos nuevos recorría ahora sin extrañarla si se amaban desde el primer suspiro.
No había respuestas solo silencios, por eso lo llamó: le preguntó con insistencia por qué había cambiado, por qué no la llamaba. El no tuvo explicaciones claras, le habló de un examen difícil que tenía para el día siguiente y se quedó en silencio al otro lado de la línea. Ella sintió un vacio descomunal, suspiró profundo y quedó en tinieblas al otro lado de la luna.
En el colegio fueron los mejores amigos, se encontraban en todos los rincones sin ponerse de acuerdo, ella cargaba sus libretas y el conseguía las meriendas de ella, también le grababa los cd que escuchaban y él le transcribía poemas hermosos. Las libretas estaban llenas de frases dulces del uno para el otro y sus nombres escritos tantas veces, como flores en abril.
Allí se idolatraron entre alegrías y retozos del colegio, eran compinches, amigos y novios, las aulas, los pasillos y jardines los vieron amarse sin negarse nada. El amor era encontrarse de nuevo, ella flotaba en un hechizo juvenil y él, nervioso, bajaba la mirada para que no lo vieran sonrojarse. Durante esos años felices compartieron ilusiones y hasta soñaron con casarse y no separarse nunca.
El último día de clases todos los de último año se dedicaron frases de despedida, él en la hoja final le escribió en letras de molde su verdad cierta: “NO VIVO SIN TI” la decoró con nubes dispersas y dos corazones entrelazados, al final escribió Alejandro y Victoria.
En enero, se fue a una ciudad lejana y extraña a iniciar su carrera universitaria, ella se quedó en su pueblo de trinitarias que brilla bajo el cielo de la serranía, el corazón no puede soportar el profundo pesar que da tu lejanía, cantaba. Le llegaban cartas profundas y sinceras, las llamadas eran permanentes pero meses después las cartas se fueron distanciando, y las llamadas escaseaban. Ella terminó por aceptar las excusas, su corazón ingenuo nunca desconfió hasta que llegaron las vacaciones de junio y él no regresó como había prometido.
En diciembre llegó de vacaciones, no vino solo,  trajo a su nueva novia a conocer su pueblo de trinitarias, todos lo vieron pasearse por las calles como si nada, parecía feliz pero a veces se le  veía callado, pensativo y hasta confuso en sus palabras.  Una tarde ella lo divisó a los lejos y sintió que su mirada no era la misma, él había cambiado, era otra persona.
Percibió que estaba confundido y hasta quiso comprenderlo, se despojó de miedos y como pudo se le acercó, solo le preguntó cómo podía vivir sin extrañarla, él la miró, intentó hablarle desde el fondo de su corazón pero una fuerza oscura se lo impidió y detrás de su pecho dejó un dolor. La tarde moría y ella ya estaba muerta en vida,  apenas tuvo tiempo de mirarlo otra vez y sus ojos se fueron con él para siempre mientras él se alejaba sin un adiós. Cuanta angustia de la  que había en su alma daría por retenerlo, pero nada pudo hacer.
Entre lágrimas lo vio partir. Iba teñido de gris por el último sol de la tarde. Entonces vivió la peor de las distancias, verlo tan cerca y sentirlo tan lejos. En sus ojos inmensos cabía toda la soledad del mundo. El dolor de lo  inalcanzable pronto le hizo saber que no hallaría consuelo en este mundo.
Nunca más volvió a sonreír. La brisa de diciembre se tornó lenta, los pájaros cantores del amanecer enmudecieron de golpe como si algo les hubiera arrancado el entusiasmo. El cielo azul oceánico extrañamente comenzó a poblarse de golondrinas viajeras que anidaban junto a su casa, cada día eran más, por  su ventana podía verse el amanecer del cielo repleto de aves silenciosas.
Su vida se detuvo en el tiempo, comenzó a vivir de su felicidad pasada pero sus recuerdos la atormentaban más. Amor no me duelas tanto – suspiraba; de a poco fue cayendo en una aflicción profunda y la luz de sus ojos se fue apagando lentamente como se apagan los luceros al alba.
Un mes después de aquella tarde gris ya no pudo resistir más. Esa mañana terrible no se levantó como de costumbre, al abrir su puerta la encontraron acostada rodeada de cartas, tarjetas y regalos  de los tiempos felices, a su lado estaba la última foto que se habían tomado juntos. Tenía la misma falda de encajes y las gafas de sol recogiéndole el cabello, abrazaba a su pecho la libreta del  último día de clases.
Estaba infinitamente triste y pálida. Había partido por un camino infinito de nubes y estrellas, se marchó dormida, acosada por la soledad y prendida a su amor imposible. El cielo estaba limpio, un sol estéril se elevaba solitario incapaz de alegrar las flores de la mañana, todas las  golondrinas viajeras habían partido al amanecer sin explicaciones, su cuerpo estaba dormido pero ella no estaba allí, ya era peregrina de la eternidad. Dicen que se suicidó, yo se que murió de amor.
POTSDATA: Sueño que Valledupar será una ciudad de estudiantes protegidos.

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