No te creas el dueño del árbol.
Tú lo sembraste
en una lejana primavera
pero la vida de él no te pertenece.
No puedes apropiarte de su sombra
no es sólo tuyo el aire que brota
de sus hojas.
Si la ira enfada tus manos,
no arrecies el filo del metal
en el borde de la savia.
No derrames tu venganza
sobre las aguas que
beben sus raíces.
El árbol no sólo a ti pertenece.
Pertenece al pájaro y a la íntima
aventura de su vuelo,
al viento que eleva a las nubes
el polen de la lluvia,
al sol que deletrea
los colores de las hojas.
No te creas el dios del árbol.
Déjalo que viva hasta
que el tiempo
haga piedra sus raíces.
Por José Atuesta Mindiola