Por Luis Augusto González Pimienta
Me desconcierta que nuestros dirigentes políticos y gremialesle echen la culpa de todos nuestros males a la guerrilla. Lo mismo repiten como loros sus cajas de resonancia (léase televisión, prensa y radio) porque, o ignoran la verdad o mienten por conveniencia. Es la estrategia de los desconectados.
Dicho lo anterior, tengo que advertir, como siempre lo hago para evitar malos entendidos, que no soy guerrillero, ni colaborador de la guerrilla, ni siquiera su simpatizante. Soy, por si alguno no lo sabía, conservador de los que antes llamaban laureanista, aunque por razones generacionales más cercano de su hijo Álvaro Gómez Hurtado, que no desteñía, como los azules de hoy, ni se encerraba en inamovibles como algunos servidores cavernarios.
Retomando el hilo, la guerrilla subsiste por la iniquidad. Los heliotropos de la política colombiana se han encargado de atizar la hoguera de la insurrección con sus decisiones desatinadas y excluyentes. Se legisla y se ejecuta en provecho propio o de un pequeño conglomerado. La comunidad en general recibe migajas como graciosa concesión de sus gobernantes. En el entretanto, no hay apoyo a la producción del agro (insumos por las nubes, cero subsidios y alto costo de transporte por vías en pésimo estado), no hay educación de calidad, persiste la indigencia hospitalaria, la justicia está en crisis, hay escasez de centros de reclusión, la corrupción es generalizada, en fin, el acabose.
¿Cómo pretenden que la gente no proteste? Somos felizmente mansos, porque naciones con menos necesidades se levantan más. Ahora, cuando la supuesta elite del campo –cafeteros- se pronuncia hablan de infiltración guerrillera. Se presagia que en algún momento los ganaderos se rebelarán ante el maltrato constante. Escondemos la verdad de que tras esos paros no es necesaria la presencia subversiva. Colombia ha crecido y los beneficios llegan a unos pocos, la clase dirigente corrupta. La misma que ya empezó a afilar sus garras porque se avecinan elecciones.
La experiencia hecha crónica por Juan Gossaín, relativa a los precios de los medicamentos en Colombia, los más altos del mundo, debe ser un campanazo para que despiertenlas autoridades de la salud. ¿Lo harán?
Cuando haya justicia social por sustracción de materia desaparecerá la guerrilla. Solo quedarán los corruptos allí enquistados, que también los hay.Mientras tanto digamos con Bécquer: “No son los muertos los que en dulce calma/la paz disfrutan de su tumba fría, / muertos son los que tienen muerta el alma/y viven todavía.”