Entré con mis hijas a una pequeña y bonita tienda de suvenires. Me llamó la atención una cajita redonda azul con la imagen de El Principito, la abrí y me encontré con un vasito con la imagen repetida del pequeño príncipe, enseguida la agarré y le pregunté el precio al dueño, un hombre de ojos claros, azulosos, como de sesenta años, y de una amabilidad que se esparcía por el pequeño recinto, sonrió y me preguntó: “Le gusta Antoine de Saint-Exupéry”. “Solo he leído esto”, le contesté señalándole la cajita. “¿Le gusta la literatura francesa?”, asentí y nos enfrascamos en una charla sobre Baudelaire, Rimbaud, y cuando le dije que me gusta Albert Camus, que he leído varias veces La peste, me preguntó: “Cómo dicen ustedes?”, “La peste”, repetí; nosotros decimos Le Pest”. “Se oye bonito, el francés es muy bello”. Sonrió y afirmó: “Son lenguas hermanas”.
Mientras mis hijas curioseaban entre las bellezas que había, y escogían para traer a las amigas, el señor se enfrascó en una charla agradable sobre sus escritores favoritos, fue una delicia escucharlo. De pronto me dijo que ya no era como antes, que los círculos literarios se fueron extinguiendo, que antes era fascinante ir a escuchar lecturas de poemas o disertaciones sobre la vida de los grandes autores. Que ahora todo giraba alrededor de una música escandalosa y canciones banales. No seguimos hablando porque mis hijas se despidieron, el señor se puso de pie y me puso una mano sobre la cabeza y me deseó buena suerte.
Salí de allí en silencio, mis hijas hablaban, y me decían “Mamá, apúrate que vas muy lenta”, sí, era como si me quisiera quedar hablando de literatura con ese señor del que aprendí algunas anécdotas de escritores que tanto admiro.
De pronto me dije: “Ah, no solo en Colombia, no solo en El Valle, se han extinguido las noches de tertulias literarias, la bohemia de antes, reuniones en que vi a Poncho Cotes y a Esteban Bendeck declamando a Lorca, y al tío Beltrán leyendo uno de sus sonetos, todo matizado con guitarras, la infaltable melopeya, y las reuniones en casa de José Atuesta, con Luis Mizar, Diomedes Daza, Silvia, Germán, Boris, Alba y tantos que se me escapan. Solo esos ejemplos para citar algo, pero sí, aquí también todo eso se acabó, y en Bogotá son poquísimos los sitios de encuentros poéticos, fui a uno en el Gimnasio Moderno, Jueves de literatura, pero faltaba fuego, pasión.
En fin, añoranzas de los mayores que estamos viviendo en otra era. Cada vez que tomo el vasito con la imagen del principito, recuerdo al señor de la tienda en el Campo de Marte en París, que me puso la mano en la cabeza, del que nunca sabré su nombre ni él el mío, pero que me dijo en francés un pasaje de El Principito: “On ne voit bien qu’avec le coeur…”.
Por: Mary Daza Orozco