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“No solo de pan vive el hombre…”

PALABRAS DE VIDA ETERNA

Por:  Marlon Javier Domínguez

Con la imposición de la ceniza hemos iniciado el tiempo litúrgico conocido como Cuaresma, a través del cual nos preparamos y disponemos para la celebración más importante del Cristianismo: La Pascua de nuestro Señor (Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús). Durante estos cuarenta días la liturgia insiste en la necesidad de la conversión del corazón para poder recibir purificados las gracias de Dios. Todos tenemos conciencia de no haber hecho siempre lo correcto y por eso pedimos perdón, manifestando delante de nuestro único juez el deseo de no volver a cometer los mismos errores. Tres son las prácticas que se nos proponen como subsidio para alcanzar nuestro objetivo en el periodo cuaresmal: el ayuno, la oración y la limosna. Dedicaremos un artículo al comentario de cada una de estas poderosas armas. Hablemos hoy del ayuno.

Si quisiéramos una definición inicial, podríamos decir que el ayuno “es una disciplina espiritual por la que voluntariamente se renuncia a ciertos alimentos por un tiempo definido con el fin de liberarse de los apegos carnales y poner todo el corazón en Dios”. El ayuno se ha practicado durante siglos para la preparación de ceremonias y ritos de diversas religiones y filosofías de vida que lo contemplan en mayor o menor medida, tales como el cristianismo, el judaísmo, el islam, el confucionismo, el hinduismo, el budismo, el taoísmo y el jainismo.

En las primitivas civilizaciones de Mesopotamia, Persia y Egipto cierta forma de ayuno era una parte importante de la práctica religiosa. En Egipto, por ejemplo, los candidatos a la iniciación en los misterios de Isis y Osiris se sometían a una abstinencia total de siete días. La iniciación a los misterios de Eleusis entre los griegos requería una abstinencia que oscilaba de siete a nueve días. Sócrates y Platón ayunaban regularmente durante diez días seguidos. Para entrar en la escuela Pitagórica era requisito hacer un ayuno. En el templo de Delfos, en la Grecia antigua, la sacerdotisa no podía consultar el oráculo más que tras ser purificada por un ayuno de veinticuatro horas. Buda realizó múltiples ayunos en el camino hacia su despertar. Entre los judíos, el ayuno se ha guardado, con sentido penitente y purificador, cada Yom Kipur (‘día de la expiación’); en este día sagrado no se permite ni comer ni beber. Es muy conocido también el ayuno diurno, que acaba tras la puesta del Sol, realizado por los musulmanes durante el mes del Ramadán. En fin, en muchas civilizaciones, culturas y religiones encontramos sendos testimonios de esta práctica.

Para el Cristianismo el ayuno es una forma de entrar en comunión con Dios, prepararse para acontecimientos importantes, pedir perdón y crear profunda conciencia de que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. En medio de un mundo en el que importa mucho el cuerpo (¡y debe importar!), en el que frecuentemente los paradigmas de belleza incluyen medidas exactas y en el que lo material tiende a convertirse en la esencia de la vida misma, es preciso tomar pausas para considerar que ¡somos seres espirituales! Y que, con la misma diligencia con que nutrimos el cuerpo y le proporcionamos todo lo necesario para su bienestar, deberíamos satisfacer las necesidades de nuestra alma. Llegados a este punto hemos de aclarar que, aunque en ocasiones parezca lo contrario (y a ello han contribuido desde predicadores de pueblo hasta grandes teólogos), el cristianismo no considera al hombre bajo la óptica platónica (compuesto de cuerpo y alma, dónde el alma es el hombre y el cuerpo una mera cárcel de la que hay que liberarse), sino que para la Revelación cristiana el hombre es “espíritu encarnado”. ¡Cuánta falta hace echar una ojeada a la Teología del cuerpo reivindicada por Juan Pablo II!

El ayuno es una forma de recordar que no sólo somos seres corporales, la limosna nos ayudará a recordar que también somos cuerpo.

¿Qué se puede comer y cuándo? Otros nos enseñarán al respecto. Cito solamente las palabras de Dios por boca del profeta Isaías, que nos hacen comprender que las prácticas externas no sirven de nada si no van acompañadas de una actitud interior correcta: “¿Sabéis qué ayuno quiero yo?, dice el Señor: Romper las ataduras de la iniquidad, deshacer los lazos opresores, dejar ir libres a los oprimidos y quebrantar todo yugo; partir tu pan con el hambriento, abrigar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no volver tu rostro ante tu hermano. Entonces brillará tu luz como la aurora y se dejará ver pronto tu salud…” (Isaías 58,3-9).

Finalmente debo mencionar que no sólo se ayuna de alimentos, incluyamos en la lista el Ipad y el Blackberry, la televisión y la música, la computadora y -¿por qué no?- la misma lengua.

 
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