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No ser como underwood

Creo que casi siempre las sugerencias espontaneas son inutilizadas por el ego. Es difícil conseguir que una persona cambie su forma de ser, más cuando se trata de un político que adopta un método dogmático para conquistar y ejercer el poder: “Esto funciona así”, suele decir para justificar su comportamiento. No obstante, me atreveré a hacerles una invitación a quienes a partir de enero, tendrán la responsabilidad de tomar las decisiones públicas en el contexto regional: alcaldes, concejales, gobernadores, diputados, secretarios, entre otros.

Quiero recomendarles que vean (si no lo han hecho) House of cards, una serie estadounidense que se estrenó por Netflix en el 2013 y que lleva hasta ahora tres fascinantes temporadas. Se trata de una adaptación de una miniserie británica del mismo nombre, que se inspiró en una novela de Michel Dobbs y se transmitió por la BBC en 1990.

Su éxito ha sido categórico, la crítica especializada no ha negado el mínimo piropo, la ama. Ha obtenido varios premios Emmys y Globos de Oro por su dirección, fotografía y reparto. Para muchos, me incluyo de primero, es un vicio. Las buenas series siempre se convierten en eso: desenfreno, delirio.

Con House of cards podrán corroborar que la corrupción no solo merodea por el mundo subdesarrollado, que la trampa es universal como el amor. Esta producción de Beau Willimon, muestra todos los elementos putrefactos de la política: avaricia, traición, humillación, venganza, muerte. El congresista sureño Francis Underwood y su esposa Claire, están dispuestos a matar y a comer del difunto para adueñarse de Washington. Utilizan su innegable inteligencia para manipular a políticos de alto rango, mandos medios, empresarios, periodistas, mejor dicho, a todo aquel que se oponga a sus propósitos.

Analicen con cuidado a Underwood. Él, quien es el núcleo del drama, encarna las diferentes conductas de la política perversa. Su obsesión de ser presidente de los Estados Unidos, lo adentra en un juego donde aplica a la perfección una frase suya: “Solo hay una regla: cazar o ser cazado”. Underwood es codicioso, hipócrita, embaucador, despiadado, asesino. Tiene éxito personal en la búsqueda del poder, pero su castillo de naipes se puede derrumbar en cualquier momento, no siempre será el cazador que sale intacto.

Ver House of cards les servirá para reflexionar sobre el manejo del Estado, para comprender cómo es el juego en otros escenarios. Aunque es una serie de ficción, desnuda situaciones que vivirán a diario y que surtirán efectos en la sociedad. La fórmula de Underwood para hacer política es tradicional, o sea sucia y efectiva. La pueden usar o más bien continuar usando para alcanzar victorias individuales, que serán efímeras y adversas a los intereses colectivos. Sin embargo, no olviden que tienen otra opción: no ser como Underwood, reto que los obliga a nadar en contra de la corriente, a soportar que los traten como a unos bichos raros. Si asumen ese compromiso, no se llenarán los bolsillos de plata, ni los invitarán a parrandas, ni tal vez llegarán a ser presidentes, pero tendrán la conciencia y las manos limpias.

Por Carlos César Silva

 

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