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No nos dejes caer en la tentación

¿Qué es la tentación? Es el deseo de hacer, pensar o sentir en contra de la voluntad de Dios. Por nuestra condición humana todos nos encontramos inmersos en ello. Por doquier nos rodea el mal y nuestra naturaleza, sensiblemente herida, nos inclina a la realización de aquello que contradice el querer de Dios. No somos malos por naturaleza; por naturaleza somos libres y, libremente, decidimos contradecir al Creador, acto que, como consecuencia, produjo en nosotros la inclinación al mal. Ahora bien, el hecho de que el mal nos resulte particularmente atractivo no quiere decir que el bien se haya anulado completamente en nuestro ser. Nacimos de Dios, somos su imagen y semejanza y él es el bien en persona; sin embargo, la lucha que se libra en nuestra voluntad sobre el practicar o el querer el bien o el mal es la constante en nuestro diario vivir.

En el relato de la caída original, se cuenta cómo a los primeros padres “el fruto prohibido” le resultaba “apetecible a la vista y excelente para alcanzar sabiduría”. No había en ellos sevicia, perversión. Su motivación no era desafiar a Dios, lo que querían en realidad era el bien que pensaban alcanzar como resultado. Fueron engañados porque fueron incautos, porque consintieron (y este es el primer error en una serie de errores) un diálogo con el maligno que es sagaz y más astuto que los hombres.

Nuestra historia es la que es. Somos débiles, capaces del bien y del mal, de las más grandes perversiones y también de los más heroicos actos. Nadie puede con verdad contradecir esta sentencia, aunque haya muchos que, en su delirio de perfección e “intachablilidad” crean que no son capaces de perpetrar determinadas acciones malas. Lamento echarles abajo el fortísimo castillo construido con arena a escasos centímetros del agua: TODOS somos capaces de todo.

Así, pues, todos estamos inmersos en una corriente de deseo de mal que se llama tentación. Cuando pedimos a Dios que no nos deje caer en ella, no estamos pidiendo vernos libres de la tentación. Es imposible no ser tentados. Unas veces nuestras propias concupiscencias (consecuencia de nuestras faltas) nos tientan, otras veces el maligno se encarga de ello, en otras ocasiones lo uno y lo otro confluyen.

Al elevar nuestros ojos al “Abbá” y pedir “no nos dejes caer en la tentación”, lo que suplicamos es que tengamos el valor, el coraje, la decisión de resistir ante el deseo del mal y, contando con la ayuda divina, resultemos victoriosos en la lucha que se nos propone. Somos tentados cada día, a cada momento, con diversa intensidad: el pensamiento perverso que cruza de manera fugaz por nuestra mente, el deseo de obtener de manera fácil lo que honestamente requiere esfuerzo, el deseo de crítica destructiva, el peligro siempre latente de usurpar el lugar de Dios para juzgar de manera inquisitiva a los demás, la posibilidad de olvidarnos del Creador para centrarnos en las creaturas, el deseo de servirnos y no de servir, la posibilidad de olvidar que somos vasijas en manos del alfarero y pretender constituirnos en referentes últimos de la verdad, la justicia y el saber… ¡No nos dejes caer en la tentación!

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