El alma nacional está estremecida por la acción demencial de un grupo terrorista en contra los jóvenes estudiantes universitarios de la Escuela de Cadetes Francisco de Paula Santander, todos ellos víctimas de un asesinato condenado por el Derecho Penal Nacional e Internacional y por el Derecho Internacional Humanitario.
Fueron asesinados 20 jóvenes y 80 heridos. Se transgredió el mandamiento bíblico “No matarás” que añade que el que lo hiciese será reo ante el tribunal. Fue desconocido en forma brutal.
“No matarás” es, además, un imperativo moral. Quitarle la vida a otro no tiene perdón. Menos, a unos jóvenes universitarios que se formaban para servirle a la patria. La tierra de nuestros padres, la nuestra y la de nuestros descendientes sufre la temprana partida de estos muchachos valiosos.
El alma nacional viene con tres heridas: la de la vida, la del amor y la de la muerte, como lo describía, en lenguaje poético, el gran poeta español Miguel Hernández. La de la vida porque nuestra vida siente la partida de quienes no debieron irse tan temprano a la eternidad; la del amor porque la dedicación al estudio de los jóvenes asesinados nos priva de su entrega a toda la sociedad y la de la muerte porque esta se aparece como mensajera de la oscuridad y nos señala que no volveremos a dialogar con las víctimas que han partido.
Víctimas inocentes, sí. Fueron asesinados en una escalada de terror en nombre de la política por parte de un grupo guerrillero. En nombre de la política no se puede justificar la acción criminal cometida. Ni siquiera en nombre de la misma guerra se puede justificar, en forma razonable, el asesinato.
El fin de la guerra no es el exterminio del enemigo, enseña la cultura humana. Lo expresó en El arte de la guerra, el gran Sun Tzu.
Por otra parte, no se puede graduar de enemigos a los estudiantes universitarios de una nación, menos los nuestros. El grupo guerrillero al hacerlo con el asesinato en forma extremadamente cruel se han graduado, ellos como enemigos de la nación colombiana. Su conducta no tiene nombre. Menos pueden hablar de que la acción criminal constituye una acción política.
La política es diálogo en un ambiente de pluralismo, libertad y tolerancia. En la política no cabe la guerra, no es su continuación, como lo afirmaba Clausewitz. Este es un concepto militarista abandonado por la cultura de la humanidad después de la Segunda Guerra Mundial, en la que el hombre al verse ante un precipicio de su desaparición por las armas de la era atómica, pactó proscribir la guerra de la política. Naciones Unidas y su sistema condena la guerra y a sus promotores.
La guerra carece de justificación, excepto, las guerras defensivas. En mayor razón, no tiene sentido en el territorio de una nación. Hacer la guerra dentro de un país es conspirar en su contra. La política es diálogo. Por fuera de él no reina la política, reina la muerte. El “no matarás” no es sólo un mandamiento religioso y un imperativo ético, es un requisito de la política. Si el grupo armado se reclama político, tiene que abandonar el camino de la muerte y dejar de asesinar.
El camino de la superación de la guerra es la política. La política es una actividad de los humanos en sociedad. Y los humanos hablan, dialogan, no se matan en la política.
Termino con el poeta Miguel Hernández: “No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada”. Condena y repudio a la acción criminal. Los criminales deben dejar de matar y dialogar. Honor y memoria a las víctimas.