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No les gustan las mujeres

MI COLUMNA

Por Mary Daza Orozco

No me canso de escribir sobre este tema y cada vez que lo hago es porque el problema va en aumento. Los noticieros están colmados de informaciones sobre el abuso infantil. La asociación Niños por un Nuevo Planeta registra cifras alarmantes: en nuestro país, por ejemplo, cada media hora diecisiete niños son abusados, en la mayoría de los casos por sus padres, tíos, primos, amigos de la familia, esto conforma un cuadro difícil de desentrañar por el silencio cómplice de los unidos por lazos de sangre.
¿Por qué ese ensañamiento con los niños, con los adolescentes?, ¿qué les pasa a los hombres?, ¿por qué  ese desafuero con los más tiernos, con los que comienzan alegres a recorrer su camino?, ¿qué le pasó al inclemente padre que abusó de su niña que era toda ternura, si en sus ojos estaba espléndido el misterio de la vida y la embarazó cuando entre sus brazos debería arrullar una muñeca?, ¿qué sucedió con el tío que se atrevió a ultrajar a la sobrina que tuvo que someterse a un aborto por su culpa, y  perdió la etapa más agradable de la vida al pasar por experiencias tan dolorosas hasta para una mujer adulta? ¿Qué pasa con esos hombres que se atreven a destruir la ternura? Sólo hay una explicación: no les gustan las mujeres hechas y derechas, y bueno, tampoco les gustan los hombres adultos. Enfermos o monstruos salaces que rompen el equilibrio universal, el orden natural.
Esos hombres a los que no les gustan las mujeres están en las iglesias, en las escuelas, en el ejército, en los hogares, en las calles, en tantos lugares, en los que menos se piensa. Se esconden en el propio cubil de sus conciencias, ¿será que la tienen?, para saltar sobre a una vida que comienza.
Inquieta la sociedad que vamos dejando para las generaciones que vienen empujando, en donde la indolencia es el sentimiento reinante, indolencia pura, porque quien no se conmueve ante el sufrimiento de un niño no se puede comparar ni con las bestias, ellas defienden con sus vidas a sus crías.
Pobres niños tristes que les tocó el lado oscuro, el de los desafueros de la vida; pobres niños solos que se quedaron con sus manitas extendidas sin que una madre o un padre las apretara para darles fuerza, pobres niños puros que ven manchada su inocencia con el tufo morboso de los que los toman como juegos para sus anhelos torvos; pobre niños del alma que no tuvieron un defensor en el momento del dolor, del asombro.
¡Qué ira se siente, como madre, cuando se piensa en el momento en que un salvaje se atreve a escandalizar a un niño y lo aplasta hasta llevarlo a una sumisión tal que no son capaces de hablar, de gritar, de pedir ayuda! ¡Qué cobardes son esos “seres”!
Los niños son eso, niños. No nacieron para ser ultrajados y convertirse en adultos enfermos antes de tiempo y hacer parte de una sociedad sin sólidos principios de respeto, de dignidad, de amor.
Ya lo dijo Jesús: “Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Cuidaos de vosotros mismos”.
Todo el mundo, todos los países, llevan a cuestas este problema que se volvió resistente a todas las soluciones que se esgriman, sólo existe uno que puede ser efectivo según la Asociación Niños por un nuevo Planeta: las madres. Sólo ellas pueden escudar a sus criaturas del zarpazo del monstruo acechante, pero al parecer la mayoría no está interesada en defender lo que fue fruto del milagro que se realizó en sus entrañas.

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