Por: Leonardo José Maya
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Veinte años después de su viaje sin retorno, el doctor Gustavo Fornary se enfrentó a su primer recuerdo. Y a su primer amor.
Era un renombrado psicólogo con muchas publicaciones y conferencista internacional, especialista en conflictos de parejas. Se había radicado en la capital donde atendía en su clínica privada. Esa tarde recibió a Gloria P. La paciente, de treinta y ocho años, llegó en crisis de angustia severa, procedente de una ciudad 800 kilómetros al norte.
Lucía una postiza cabellera rubia, lentes de contacto y excesivo maquillaje, lloraba por desamor. Soportaba un matrimonio mal llevado que había arruinado su vida, estaba visiblemente envejecida, lastimada por la vida, desilusiones y traiciones.
La mujer lloraba sin consuelo y le relató su desdicha, el comenzó su terapia inmediatamente tratando de tranquilizarla elevándole el autoestima, ella comenzó a preguntar insistentemente al terapeuta por su vida personal.
_ Doctor, ¿usted aún recuerda su primera novia?
El respondió sin vacilación.
– Es mi mayor añoranza, la recuerdo todos los días de mi vida.
A la mujer se le iluminaron los ojos y su llanto se calmó.
_ Continúe Doctor.
– Si pudiera le haría saber que nunca la he olvidado a veces sueño con ella y al despertar busco bajo la almohada a ver si allí encuentro enredado pedazos de mis sueños.
La paciente se convirtió en terapeuta
_ Doctor, dígame la verdad, ¿usted la amó?
_ No, no la amé, la amo. El amor nunca se marcha, solo se duerme pero puede despertarse como el primer día con el solo recuerdo de la persona añorada.
– Doctor… cuénteme más.
_ Nos conocimos en el colegio, a mi padre lo trasladaron de la empresa en que trabajaba y nos fuimos a otro país. No tuve tiempo de despedirme, no pude decirle cuánto la amaba y después nunca volvimos a vernos.
_ ¿Qué es lo que más extraña de ella?
– Su cabello claro y sus ojos miel – la mujer volvió a romper en llanto –
– Él continuó – era muy dulce, teníamos muchas ilusiones, ¿sabe? diseñaba muy bien y pintaba elefantes al lápiz, aún conservo varios dibujos de ella y dibujo en mis ojos el recuerdo de su sonrisa
– Si usted la viera, ¿la reconocería?
_ En el acto. Daría todo lo que soy solo por encontrarla para decirle lo que no le pude decir y quizás la amaría de nuevo.
_ Repítame una cosa, ¿realmente la amó?
_ Infinitamente -dijo nostálgico- ella fue mi primer amor… me gustaría que supiera que aún no la he olvidado.
Una hora después, la mujer totalmente recuperada canceló sus honorarios y se marchó feliz sabiéndose amada. Tuvo el tacto de no revelarle que ella era ese primer amor y prefirió dejarlo con la quimera para no lastimar sus recuerdos, o tal vez el afamado sicólogo lo supo desde el principio y la terapia consistía justamente en decirle lo que la paciente quería escuchar.