Como reza el dicho: “No es soplá y hacé botella”. Sin procesos no se concibe el desarrollo.
La vida misma es un proceso, para denotar como hecho trascendental la Universidad de La Paz. Ese es el verdadero nombre, alegórico a los acuerdos de paz con las Farc. Y como la Universidad Nacional basa sus decisiones en estudios y planeación, geográficamente se inclinó por el municipio de La Paz para ubicar la Universidad, al considerarlo un sitio estratégico desde la perspectiva de zona de frontera con Venezuela y otras variables. Se abrirán carreras acordes con las reales necesidades de los 25 municipios del Cesar, dijo la rectora de la Universidad Nacional de Colombia, Dolly Montoya Castaño, la primera mujer que logra alcanzar ese nombramiento por mérito en 150 años de existencia del primer claustro universitario de carácter público de la nación.
Ya hay malestar porque la sede de la Universidad Nacional no abrió Medicina, tamaña incoherencia, cuando ni siquiera tenemos hospital universitario, que es otra lucha que habrá que librar a través del Hospital Rosario Pumarejo de López de Valledupar, conforme la autopista Valledupar-La Paz, como corredor universitario, al igual que gestionar la nómina de profesores, pero a menudo la necesidad es la espuela del genio, pensamiento de Balzac que viene como anillo al dedo. El clamor social gira en torno a una Facultad de Medicina, pero no de garaje.
Montoya Castaño despejó malquerencias cuando afirmó: “No venimos a invadir, sino a contribuir”, consciente de que esta nueva sede de la Universidad Nacional, la novena en el país, es el cúmulo de voluntades y oportunidades de las gentes de esta región, convencida de la necesidad de hacer profesionales con valores, regidos por la ética, el respeto y la conciencia social, donde sea imperativo una bioeconomía sostenible a través de la riqueza ecológica del Cesar.
La necesidad que pondera Balzac se encuadra en la región Caribe, marginada de una educación de calidad, al no disponer de una sede de la Universidad Nacional, privilegio del cual gozan todas las regiones, menos la Costa, como lo demuestra la Universidad Nacional de Medellín en el Valle de Aburrá, la de Manizales en el eje cafetero, la de Palmira en Valle del Cauca y la de Tumaco en Nariño, lo que prueba la existencia de dos sedes de la Universidad Nacional en la zona del Pacífico, además la de San Andrés en la región Insular, la de Arauca en la Orinoquía y la Universidad Nacional de Leticia en la Amazonía.
Aquel argumento de que más bien debió reforzarse la Universidad Popular del Cesar y no abrirse la Universidad Nacional está anclado en la inmediatez, que no mira más allá de las narices, puesto que la lógica indica que a mayor número de universidades, mayores oportunidades.
Por Miguel Aroca Yepes.