Por: Rodrigo López Barros.
La periodista, María Jimena Duzán, en su columna de la Revista Semana, reciente, correspondiente a la edición No. 1520, con el título de “El Nuevo Rico de Mattos”, ha escrito contra éste una moderna catilinaria.
Vengo observando que con alguna frecuencia ciertos connotados periodistas suelen cargar la tinta respecto de algunos personajes, en este caso, nacionales, que lo son (personajes) en razón de su figuración pública, cualquiera sea el motivo de fijar la atención en ellos.
Cuando son de su desagrado, casi siempre personal, se enfurecen encarnizadamente sobre su débil mortal humanidad, por una parte y por la otra, entran a saco de la dignidad de que está revestida toda persona humana por el solo hecho de ser o existir.
Desafortunadamente, son periodistas que se han encumbrado en el ámbito nacional, por tanto muy leídos, precisamente por esa veta que seguramente la llevan por dentro y que también han descubierto en gran parte del negativo modo de ser colombiano, consistente en una permanente disposición superficial, unas veces, y profunda otras, de tender a la agresividad personal; en unos casos, ejercida por gentes que seguramente no han tenido la oportunidad de aprender a respetar a los demás, y por eso atacan físicamente, y en otros por personas que sí han tenido los medios para hacerse cultos y eruditos, pero que les ha faltado una formación integral que incluya el respeto a los demás, y por consiguiente utilizan el arma del escalpelo, permanentemente afilado, para lesionar, o matar, o masacrar absolutamente e intencionalmente, con alevosía, a las personas cuyas existencias les repugna.
Este mecanismo de autodefensa se conoce en la ciencia psicológica como el de proyectar hacia los demás lo que la persona es en sí misma. Es decir, si no te quieres bien a ti mismo, tampoco quieres a los otros; sí no te amas a ti mismo, tampoco podrás amar a los demás.
Escribo lo anterior, porque me ha parecido un asunto de entrañas y no de interés público, y por tanto sumamente injusto y temerario, por decirlo de la manera más suave y respetuosa, el que dicha periodista haya escrito la columna que comento.
Al agraviado, también se suele referir de manera desobligante y burlesca el columnista de la misma Revista, Daniel Samper Ospina.
Mattos Barrero, que yo sepa, no es objeto de ninguna investigación administrativa o judicial. Entonces, ¿Por qué se coloca su nombre en la picota pública?, ¿Por qué se erigen en jueces y tribunales inquisitoriales contra él?, y ¿Por qué contra otras personas y familias de acá, respecto de quienes solamente las autoridades legítimas tienen derecho a juzgarlas?
A veces, uno está tentado a pensar, por cuanto ocurre frecuentemente, que existe una negativa discriminación de algunos periodistas del interior del país, particularmente bogotanos, contra personas y hechos de nuestro entorno regional provinciano. Qué estiran y reducen los derechos fundamentales de la persona según su personal capricho, por tanto sin ética alguna. Lo que rompe, porque va resquebrajando, la unidad nacional.
A Carlos Mattos no lo he tratado nunca más, ni de vista ni de ninguna otra manera, desde cuando era bastante joven en la población de Codazzi-Cesar, donde vivía con sus padres y hermanos, trabajadores insignes de fincas algodoneras y ganaderas, y el adolescente comenzaba a interesarse por incipientes actividades económicas lícitas, y yo era un joven abogado que como tal, a veces, llegué a conocer de los asuntos patrimoniales de la familia, e inclusive a hacer negocios de tierras con su señor padre, que fue líder regional en aquellas actividades honestas, inteligente en los negocios, generoso y cordial en el trato. ¿Quién acá no recuerda con esas cualidades a José Bolívar Mattos Lacouture?
Pues bien, que yo sepa, solamente de oídas, Carlos Mattos Barrero no solamente es un hombre de negocios afortunados y honestos, sino también un ser humano sumamente generoso dentro del concierto de su familia, de los amigos, y respecto de instituciones que dedican sus esfuerzos a la capacitación laboral y educacional de muchas, de muchísimas personas. De tal manera que dejémoslo en paz, disfrutando su riqueza y haciendo el bien, pues considero que a los demás no nos queda sino admirarlo o envidiarlo. Y por eso, yo quisiera librarlo de las garras aquí sí moralistas de refinados catones.
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