Se dice en la jerga esotérica que los caminos al cielo están llenos de abrojos y de espinas; así es en la tierra, nada bueno es fácil; este es el camino que el gobierno del cambio debe recorrer, nadie dijo que se haría en limusina; muchos serán los reveses y muchas las retiradas para luego golpear, así se hace en la guerra y esto es lo que vive Colombia, una confrontación ideológica en la cual el adversario está utilizando todas las formas de lucha que siempre ha condenado y para llegar al final hay que probar varias estrategias.
Este es un proceso dialéctico que hasta la naturaleza ha ensayado; el planeta que hoy tenemos ha sufrido eras de heladas y eras de calor; se ha determinado que, en el último millón de años de vida del planeta, cada cien mil años se produce una helada durante la cual muchas especies han desaparecido y otras han aparecido; los movimientos telúricos y los volcanes son prueba de que la evolución no ha terminado; también los ríos han ensayado sus cauces que los conducen a su destino; así es la vida.
El mundo vive una entropía permanente, el desorden no es ajeno a los procesos naturales y esta es una de las leyes de la termodinámica. Así son los procesos humanos, ni las sociedades ni los gobiernos son estáticos, el movimiento es lo que da vida a todos los procesos. En Colombia hemos vivido durante 214 años una inercia total difícil de romper y hoy que se inicia un proceso profundo de cambio al romperse las esclusas, su fuerza se siente con ímpetu.
La vieja dirigencia política, en trance de fosilizarse, no resiste movimientos bruscos. Por eso ha acudido a un proceso sistemático de desestabilización soterrada con un nuevo gobierno que propone cambios, hay una sucia conspiración en la sombra donde les gusta actuar; dicen que en la oscuridad se oculta el crimen y es verdad. El primer gabinete del presidente Petro fue de apertura y buena racionalidad, la ausencia de mayorías en el congreso así lo imponía y para salvar sus proyectos de cambio le tocó pactar y hacer algunas concesiones burocráticas con los embalsamados e insaciables jefes políticos de algunos partidos, amorfos ideológicamente, que ponen sus intereses personales por encima de las necesidades de cambio que requiere el país.
Algunos de los ministros iniciadores no estaban convencidos de su rol y lealtad en este proceso de cambio y tenían un pie en el gobierno y el otro en predios del sector privado que siempre los ha financiado. Mientras tanto, la mafia incrustada en el Estado estaba a la expectativa. Esta forzosa unión mecánica no permitió avanzar y por eso el presidente Petro tuvo que ajustar su gabinete con personas de mayor confianza sin que esto implique una radicalización como algunos creen, es validar la propuesta que aceptaron cerca de once millones de colombianos; no es fácil ni conveniente cohabitar con un enemigo con tantas mañas.
Ahí quedaron algunos de los que son, pero no son todos los que debieran estar. La salida de Carolina Corcho me parece que fue un trofeo que Petro le entregó a César Gaviria para amainar las olas, así este deje de ser interlocutor válido para aquel; dicen que la cuerda se rompe por el lado más delgado; esta mujer clara en sus conceptos, conocedora como muy pocos de la problemática en salud y didáctica en sus exposiciones, no tenía el respaldo político para sostenerse, ella solo representaba a los pacientes desprotegidos por las EPS y a los gremios del sector de la salud; ella solo quería que los dineros públicos no fueran a parar a los bolsillos de los privados donde se queda parte de los recursos destinados al sector salud, pero fue víctima de la jauría de quienes usurpan el erario. Su salida golpeó el sentimiento de muchos colombianos dentro de los que me incluyo. Más, no todo está perdido, Guillermo Alfonso Jaramillo, es un hombre muy cercano al presidente, es conocedor de los recovecos del Congreso y de dónde se deben poner las carnadas y es una garantía para que la reforma a la salud no sea defenestrada. Fue una carambola a dos bandas, a Gustavo Bolívar se le despejó el camino hacia la alcaldía de Bogotá.
Por Luis Napoleón de Armas P.