Por: Karen Liliana Pérez
Cinco y treinta de la mañana del 7 de enero de 1994. Como era costumbre Nimi Jhoana Cañizares Gutiérrez, siempre salía a esperar el bus que la trasladaba a la Normal Superior María Inmaculada de Manaure, Cesar, con su vestuario de colegiala: zapatos negros, vestido largo; y con su inocencia de niña.
Ella, era una niña de sólo 13 años, oriunda del corregimiento San José de Oriente, jurisdicción del municipio de La Paz. Esa mañana, como era habitual, se trasladaba con los demás compañeros al colegio a tomar sus clases de pedagogía, el mismo día en que su vida tomó un rumbo diferente.
El 6 de enero, un día antes del día de la tragedia, una llamada alertó a soldados del Ejército Nacional acantonados en esa zona. El cuerpo militar del Batallón La Popa, de Valledupar comunicó la supuesta presencia de grupos guerrilleros en el municipio de Manaure, presuntamente el grupo armado ilegal se trasladaba en un automóvil de color rojo.
Cuando eran las 6:00 a.m. Nimi viajaba en el bus de San José para Manaure, al lado de sus compañeros que con sus sueños de niños y sus cantos alegres se transportaban en una buseta roja, del mismo color del carro que buscaba el Ejército.
De pronto un disparo se escuchó en el aire y un silencio se apoderó de la escena más cruel e injusta: Nimi fue herida con una bala de fusil que cercenó sus ilusiones pero no sus esperanzas porque había quedado con vida.
Por un error o una mala jugada del destino, los soldados dispararon contra la buseta donde presuntamente se movilizaba el grupo guerrillero y Nimi fue la única que recibió impactos de bala. El proyectil entró por su espalda afectando su columna vertebral, los riñones, el hígado, las glándulas suprarrenales y el colon.
A los dos días despertó de la pesadilla, pero el sabor agridulce aún seguía. Después de una operación de reconstrucción de órganos, fue trasladada al Hospital Militar en Bogotá, donde permaneció un año tratando de recuperarse. Tras varios años de intentos con ayuda terapéutica cuando todo parecía perdido, un día tomó la determinación de aceptar su discapacidad y adaptarse a su nuevo estilo de vida en Valledupar. “Yo siempre tenía la fe que con el tiempo podría volver a caminar, pero en vista que los diagnósticos decían que no, tuve que aceptarlo”.
Aunque la idea de permanecer en silla de ruedas parecía no afectarle, las cosas no marchaban bien. Con el tiempo su salud volvió a recaer y la depresión la llevó a la anorexia. “Me dio una anorexia depresiva porque no es fácil aceptar que a los 13 años tengas una discapacidad, a veces, pensamos que ese tipo de accidentes le suceden a otras personas, pero cuando te afectan a ti, te cambia la vida totalmente.
Llegó a pesar 30 kilos y después de muchos años acepta que “en ese momento no me iba a matar el tiro sino la depresión que tenía”.
Ahora tiene 32 años y después de un proceso duro, de esfuerzo y perseverancia por alcanzar todos sus sueños, la única limitación que tiene es física porque es una mujer valiente y capaz de alcanzar las metas que se proponga, manifiesta que una discapacidad no es el final sino el comienzo de una nueva historia.
“Uno piensa que adquirir una discapacidad es el fin del mundo. Crees que ya no puedes salir adelante, que nadie se puede enamorar de ti, que tu no vas a poder estudiar ni laborar, que no vas a seguir con tu rutina normal que entre comillas puede realizar una persona sin discapacidad pero con el tiempo te das cuenta que es mentira. Al principio no es fácil, porque adaptarse a la nueva vida es duro, decir que no es mentir”.
Dieciocho años después
Tres palabras que definen a Nimi Cañizares: Inteligencia, fortaleza y perseverancia.
Después de 18 años ha luchado incansablemente por alcanzar sus sueños, por eso cuando terminó sus estudios de bachillerato decidió entrar a la universidad; y como ella misma decidió ser una mujer independiente, quiso costearse los gastos universitarios, y se puso a vender chance en la terraza de su casa en el barrio Los Fundadores donde reside con sus abuelos. “Vi como la única fuente de ingreso vender chance, porque, aunque envié hojas de vidas a muchas partes, nunca me llamaron. Hay una exclusión con los discapacitados, porque miden a las personas por su discapacidad y no por las capacidades que tienen. La incapacidad no es sinónimo de inutilidad”.
Hoy en día Nimi, está en séptimo semestre de Derecho, en la universidad Popular del Cesar, alternando los horarios para que su tiempo libre pueda seguir con la venta de chance.
“Lo hago por superación porque quedarse estancado es peor. Y si Dios lo deja a uno así es porque tenemos una misión. Lo que sucede es que uno pregunta por quésuceden las cosas y no se preguntan para qué, por eso, son mis ganas de tener mi cartón para seguir luchando por este gremio y por satisfacción propia”.