Ya expresamos que es una realidad que la población humana se incrementa cada año en 80 millones de seres, y sobre todo en que la expansión de una economía del despilfarro y de la injusticia (el 20 % más rico consume un 80 % de lo que se produce), pero esto no parece atenuarse sino todo lo contrario (medida por el producto mundial bruto, la economía global alcanzó los 60 billones de dólares en el año de 1900; hoy esa cifra histórica representa tan sólo lo que la economía del mundo aumenta cada dos o tres años), la posibilidad de que el camino al desastre se detenga parece alejarse.
Este panorama se ha visto confirmado y aun acentuado desde la caída de los regímenes socialistas (la otra opción que ofrecía la civilización occidental) y el triunfo en despoblado de la economía de mercado, no sólo porque ello permitió la afirmación ideológica de los valores occidentales sino porque de golpe integró a millones de nuevos seres humanos a los patrones de producción y sobre todo de consumo pregonados por la civilización del “libre mercado”. Así, por ejemplo, la paulatina adopción del patrón occidental por los países de Europa del Este o de China es un fenómeno que agravará, no atenuará, la problemática ecológica planetaria.
Que los patrones industriales de producción, consumo y excreción son la causa fundamental del deterioro ecológico es un argumento que puede demostrarse cuando se cuantifican y comparan los impactos que cada país produce en el entorno planetario. A esto se le ha denominado la huella ecológica, por ejemplo; no obstante su enorme población, países menos occidentalizados y más agrarios, como China, India o Indonesia, tienen índices menores de impacto ambiental que aquellos más industrializados y con una población mucho menor.
Hoy en día y a pesar de que existe mayor conciencia entre los ciudadanos del mundo, además del incremento de la población y la expansión de la economía, las estadísticas anuncian tasas mayores de deforestación, erosión de suelos, contaminación de mares y ciudades, acumulación de gases en la atmosfera y sobrexplotación de recursos marinos o de mantos acuíferos. Lo anterior es la consecuencia no sólo del incremento demográfico o monetario, sino de la forma que estos dos fenómenos adquieren en el escenario global: más autos, más producción de acero, más ciudades inseguras, más tierras para el cultivo, menos bosques, más agroquímicos; es decir, más energía solar para satisfacer más necesidades de manera cada vez menos eficiente y cada vez más injusta.
La explicación de lo anterior se encuentra en la proliferación y puesta en práctica de los principios enunciados por el neoliberalismo: apertura comercial indiscriminada, mercantilización de todos los recursos naturales, disminución de la inversión pública y de los subsidios estatales, privatización o desmantelamiento de los servicios sociales, destrucción del campesinado y de las culturas indígenas del mundo, fin a las políticas de seguridad y autosuficiencia alimentaria de los países entre otros.