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Necesidad de afecto

MISCELÁNEA

Por Luis Augusto González Pimienta

Los seres vivos tienen necesidades primarias y secundarias. Las unas son imprescindibles para la supervivencia y no pueden ser satisfechas por ningún otro recurso disponible; las otras son prescindibles o pueden ser sustituidas por otros recursos. Así, el oxígeno, el alimento y el agua son imprescindibles; los demás recursos son prescindibles. Sin satisfacer las necesidades primarias no se pueden plantear las secundarias.

En ocasiones lo básico se transforma en secundario. Un animal requiere de territorio para surtirse de agua y alimento. Cuando se lo provee de esos recursos no necesita del territorio. De esta suerte, lo que en principio parecía una necesidad primaria (el territorio) se convierte en secundaria.

Mirando un documental sobre animales entendí algunas diferencias entre los seres vivos. Las especies asociales, como los mosquitos, no requieren de ningún individuo para satisfacer sus necesidades. Los osos son una especie social únicamente en el tiempo en que la cría requiere de su madre para sobrevivir, para luego convertirse en individuos solitarios. Las hormigas y los hombres, por el contrario, son altamente sociales ya que no pueden sobrevivir sin la colaboración y la ayuda de otros individuos de su misma especie.

En el ser humano la satisfacción de necesidades viene dada por la motivación, o sea, por la razón que hace que se lleve a cabo una actividad determinada. La tesis central es que no hay mejor motivación que el afecto. Y la pregunta obligada, ¿puede el ser humano sobrevivir sin afecto? Para algunos sicólogos el afecto es imprescindible, pues sin él, el ser humano enferma y muere irremediablemente.

Enseña la experiencia que dar afecto es algo que requiere esfuerzo. Por ejemplo, cuidar a alguien que está enfermo requiere esfuerzo y es una forma de proporcionar afecto. Tratar de comprender los problemas de otro es un esfuerzo y es otra forma de dar afecto. Tratar de agradar a otro, respetar sus conceptos, alegrarle con un regalo, etc., son acciones que requieren esfuerzo y son formas distintas de procurar afecto. La ilusión de una nueva relación no nos deja ver el esfuerzo que realizamos para agradar al otro y para brindarle bienestar.

Los humanos necesitamos gran cantidad de afecto, es de nuestra esencia. Por supuesto esa necesidad se acrecienta en circunstancias especiales, como en la niñez, en la vejez y en la enfermedad.

El niño es particularmente vulnerable y no sobreviviría en condiciones dignas de no ser por la presencia, la ayuda y el afecto de los familiares, o de quienes hacen sus veces. Los ancianos sufren calladamente la carencia de afecto y, aunque no reclaman, resienten la falta de las más elementales muestras de él, como el saludo cordial o la sonrisa. En cuanto a los enfermos, la calidez de los servicios médicos y de enfermería, y la sombra protectora del familiar les ayudan a una pronta mejoría.

Hay una postura social que confunde la necesidad de afecto con el “pechiche” o consentimiento. Al hombre necesitado se lo mira como un “pechichón”, sin advertir su desventura por la falta de mínimas expresiones de aprecio, de amor o de cariño. Se conforma con poco, cuando nada recibe. El que se lo tenga como simple proveedor (como lo predica Isabella Santo Domingo en su libro “Los caballeros las prefieren brutas”) repercute en baja autoestima y frecuente irritabilidad.

Dar afecto significa ayudar a otro, procurar su bienestar y su supervivencia. O como dijera un pensador estoico, es el esfuerzo no remunerado en beneficio de otro.

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