Como oficial del Ejército Nacional en mi abnegado apoyo a la acción integral de la primera división, en mis constantes visitas a la ciudad de Santa Marta, me propuse investigar el origen de mis ancestros; en dicha misión encontré a dos oficiales que al igual que yo colocamos el corazón al servicio de la institución armada y que genéticamente provenimos de las mismas raíces.
Los coroneles José Antonio y Juan Manuel Fernández de Castro del Castillo son legítimos descendientes del tronco inicial, descienden de don José Manuel Alonso Fernández de Castro, proveniente de la madre patria, casado con Catalina Pérez Ruiz Calderón. Al igual que quienes llevamos el apellido Castro; el nuestro desciende del cruce genético entre el coronel José Manuel Fernández de Castro (hijo) y la heroína Nacional María Concepción Loperena de Fernández de Castro.
LA HEROÍNA
La Loperena fue una patriota que apoyó los ejércitos del libertador Simón Bolívar en la independencia de Valledupar.
Nació el 12 de febrero de 1775 en el Valle de Upar, antigua provincia de Santa Marta, cuando pertenecíamos al virreinato de la Nueva Granada. Hoy Valledupar, en la familia conformada por el español don Pelayo Loperena y la vallenata doña María Josefa Ustáriz.
En su adultez contrajo matrimonio con el terrateniente José Manuel Fernández de Castro Pérez Ruiz Calderón, nacido en Santa Marta, con quien tuvo siete hijos: José Antonio, Pedro Norberto, Rosalía, José Manuel, Pedro José, María Concepción y José María.
José Manuel Fernández de Castro fue enviado a Valledupar como gobernador para atender realengos, organizar las encomiendas e impuestos. Fundó haciendas de ganado en Becerril y La Jagua de Ibirico.
María Concepción Loperena de Fernández de Castro es conocida en la historia de Valledupar como la primera mujer hispanoamericana que participó en el movimiento independista de España. La “Heroína insurgente Loperena” el 4 de febrero de 1813 se presentó ante una celebración pública y allí frente a los asistentes prendió fuego a un retrato de Fernando VII y a los escudos reales. Luego con alegría y patriotismo leyó y firmó el Acta de la Declaración de la Independencia de Valledupar.
LA REVOLUCIÓN EN VALLEDUPAR
A la edad de 35 años, esta mujer criolla ayudó a gestar la revolución de Valledupar ya que pertenecía a una red de mujeres independentistas del Caribe, quienes siempre apoyaron la campaña libertadora en el Magdalena y con las que acordaron declarar la independencia de esta región que siempre se había caracterizado por apoyar la causa del rey.
Loperena fue informada de que Bolívar debía partir a Venezuela por ello con su hijo Pedro Norberto Fernández de Castro, decidió entrevistarse con él en la Villa de Chiriguaná para llevar a cabo los planes independentistas en Valledupar y las regiones cercanas, tras recibir orientaciones patriotas, antes había enviado a Pedro Norberto con facultades precisas de tratar con el entonces presidente de Cartagena, Manuel Rodríguez Torices, y recibir instrucciones sobre el movimiento independentista.
300 CABALLOS PARA CHIRIGUANÁ
María Concepción Loperena, en convenio con su esposo, el coronel José Manuel Fernández de Castro, autorizó realizar un donativo y de sus haciendas trasladar hasta Chiriguaná, y entregar a Bolívar como aporte a la revolución, 300 caballos domados por soldados corajudos que en el campo de batalla lucharon hasta conseguir su independencia.
El 4 de febrero de 1813 a las 10 de la mañana irrumpe en una celebración publica en donde se declaró como “una mujer libre de origen realista, pero hoy republicana” y en nombre del cabildo proclamó el Acta de la Declaración de la Independencia de Valledupar. Desde el siglo XVII en las haciendas de la costa Caribe el esclavismo y la servidumbre imperaba, es así como tras los días de la declaración de independencia absoluta, Concepción liberó cientos de esclavos de sus haciendas ubicadas en La Jagua y Becerril.
Con su esposo, José Manuel Fernández de Castro, mantuvo un hogar donde reinó la armonía y el buen ánimo, el amor hacia su pareja era fundamental; se destacó por ser una mujer abnegada a la crianza y amor hacia su familia.
José María su hijo, se casó en la ciudad de los Santos Reyes del Valle de Upar el 20 de noviembre de 1832 con María Magdalena Díaz Granados Pumarejo, con quien tuvo tres hijos. Por su importancia gozaba de un prototipo especial, le gustaban las mujeres, era rico y andariego, mantuvo relaciones furtivas con muchas mujeres, en asuntos de placer acampó en los brazos de doncella al dejarse cautivar por los ojos de una joven mujer, María Josefa Araujo Corzo, a quien se entregó apasionadamente dejándose seducir por las mieles del amor.
De esa relación de amor nació en 1830 el fruto de un amor prohibido y al que decidieron bautizar con el nombre de Pedro Norberto Fernández de Castro Araujo, el niño creció bajo el abrigo de sus padres quienes ejercían sobre él un dominio especial debido a que era un hombre de condiciones humanas excepcionales, en sus travesuras de juventud encarnecidamente se enamoró de una hermosa adolescente con quien mantuvo una relación secreta de amor, su padre al enterarse le llamó la atención por cuanto defraudaba su abolengo al enamorarse de una de sus criadas.
Sus hijos no podían codearse con la servidumbre. Pedro Norberto se dejó llevar de sus impulsos y de la adrenalina que hinchan las venas de testosteronas y producidas por las hormonas de la juventud, desafío a su padre manifestándole que si el problema era vulnerar su apellido decidía, en aras de no incomodarlo, desprenderse del mismo.
Desde entonces decidió llamarse Pedro Norberto Castro Araujo, de grado coronel. Como gobernador fue el primer prefecto de las tribus indígenas que habitaban en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Contrajo nupcias con la señorita Margarita Baute Borrego, fueron padres de José María, Pepe Castro, Celso de Jesús, Guillermo Tell, Ana Rosa, María Concepción y Adela Castro Baute y convirtiéndose en el primer ciudadano en llevar el apellido Castro, nacido en el Valle de Upar, Pedro Norberto Castro Araujo murió en la ciudad de los Santos Reyes el 29 de junio de 1877, hago honor en llevar su nombre y de pertenecer a una prestante y distinguida familia.
POR: PEDRO NORBERTO CASTRO ARAUJO/ESPECIAL PARA EL PILÓN