La Paz Total concebida por el presidente Petro cabalga sobre los filosos lomos del narcotráfico. Esta ocurrencia no es de ahora, es de vieja data. Tras el triunfo de la revolución China liderada por Mao, los EE. UU, en una acción encubierta intentaron reversar este proceso social aliándose con Chiang Kai-Shek a quien Mao había derrotado. Para financiar esta nueva guerra, comenzaron a vender opio por todo el mundo, incluyendo los propios EE. UU que desde esa época comenzaron a consumir morfina.
Claro, como negocio, ya desde el siglo XVIII, los británicos inundaban a la China comprando porcelanas, sedas y té con opio; en 1880 ya exportaban 6.500 toneladas a China, y lo hacían para debilitar sus finanzas. A esto lo denominaron las guerras del opio. Plata es plata como dijo Fico. El narcotráfico siempre ha sido un gran negocio, el mejor, quizás; por eso es difícil combatirlo, la plata alcanza para todos: jueces, militares, policías, empresarios, políticos, gobiernos. Nadie resiste sus ímpetus; es como un movimiento telúrico escala 10 con réplicas permanentes.
Siempre trae guerras y la paz no es un buen aliado; alcanzar la paz total propuesta por el presidente Petro tiene muchos enemigos, afecta muchos intereses. Como dijo Otto Morales, un ministro de Belisario, la paz tiene enemigos por dentro y por fuera. Hoy, todas las organizaciones armadas al margen de ley y que se nutren del narcotráfico, cualquiera sea el nombre que tengan, desdeñan las ofertas de paz total que les hace el gobierno; su aceptación es aparente y dilatoria, no están dispuestas a dejar un negocio tan lucrativo a cambio de una paz que no quieren, por eso reinciden, desertar de los procesos de paz se ha vuelto sistemático, cunden la falta de confianza y los atractivos financieros; muchos de los que la han aceptado han muerto después de firmar los acuerdos, porque saben mucho del negocio y los ven como posibles delatores.
Lo patético es que, desde la civilidad, muchos que juegan dentro de gremios, partidos, instituciones, marchantes amorfos, le hacen el juego a esta conducta, detestan la paz porque no les es rentable. A Petro como a Mao lo quieren reversar porque, por primera vez, alguien les quiere acabar el gran negocio. La diferencia ahora es que el narcotráfico exporta desde Colombia y no desde el imperio como en la era Mao. Este es un efecto bumerán que afecta a los EE. UU que ahora se vengan de los proveedores por los billones de dólares furtivos que sacan de su territorio; para ellos parece más un problema fiscal que sanitario.
Sus pedidos de extradición son selectivos, no he visto que lo hagan con los grandes cómplices del negocio. Esto no será fácil; Petro tendrá que cortar los nexos que tiene el narcotráfico con poderosos sectores del establecimiento cuya evidencia es axiomática. La película del barco Orión, cuyo guión no es de un aprendiz, muestra la magnitud del negocio. Ya decía el para-narco Ernesto Báez que una “vuelta grande” no se hace sin la ayuda del Estado, y esta sí que es grande. El poco interés de la Fiscalía por esclarecer la pérdida de los activos de la SAE y la sanción de la Procuraduría a su director por hacerlo, nos indican que el presidente Petro está frente a francotiradores.
Parece como si existiera un fuego amigo, una confabulación contra los buenos propósitos y costumbres. La competencia por la distribución callejera también ha desatado una guerra; el desempleo y la neo cultura de la vida fácil están haciendo de Colombia un país inviable. La paz total es una paradoja socioeconómica, pero es un requisito para profundizar la democracia; a unos pocos, pero con mucho poder, la paz no les sirve, es en medio de la guerra como se hacen algunos buenos negocios, mientras que la mayoría y con nada de poder la pide a gritos. Mientras no se cumpla con la reforma rural y se controle el narcotráfico, la paz no llegará; se necesitarán, al menos 20 años, para crear un nuevo hombre y una nueva cultura. De todas maneras, hay que abrir un abanico de oportunidades a quienes lo quieran, y algo de garrote.
Por Luis Napoleón de Armas P.