Homenaje en la Capital Petrolera de Colombia
Por Juan Rincón Vanegas
juanrinconv@hotmail.com
Para hablar con Durán Díaz Nafer solamente hay que armar a trocitos un rompecabezas que él y su hermano Alejo hicieron en un ‘Pedazo de acordeón’. Esos pedazos están hechos de historias, de canciones y de amores a un pueblo desde donde salieron para hacerse grandes en el concierto nacional y mundial.
El negro Nafer que cuando se pone el acordeón al pecho le parece un juguete, sabe letra menuda del auténtico vallenato. Es más, tiene la ventaja que además de ser Rey Vallenato, obtuvo un galardón adicional: ser rey del tono menor.
Entre las cosas que lo enorgullecen está haber sido declarado “fuera de concurso” en 1983 por el propio Gabriel García Márquez, aquel que se dio el lujo de escribir un vallenato en 350 páginas. “Esa vez no alcancé mi segunda corona porque Gabo y los demás jurados no quisieron. Eso ya no importa porque quedé metido en la historia como el primer acordeonero que tocó mejor que todos en un Festival de la Leyenda Vallenata. Esa noche después del fallo Gabo me dijo que era un fuera de serie y esa vaina es mucho cuento”. Y esboza una sonora carcajada que resuena hasta en el propio Aracataca.
El hijo de Nafer Donato Durán y Juana Díaz Villarreal, es feliz contando su propia historia que es rica en notas de acordeón, en episodios cargados de amores, la mayoría pasados por el pentagrama de su corazón y de tristezas a las que no les ha cantado, porque su alma no le dio permiso ya que estaba llorando.
Naferito es noble, dicharachero y amiguero. Su humildad traspasa la barrera de su propia humanidad y cuando habla expresa lo que siente. No se guarda nada y eso le permite ser sincero en sus conceptos. Claro que en la entrevista no dijo el nombre de una bonita mujer a la que le compuso la canción ‘Clavelito’. Dio algunas pistas diciendo que era una dama bonita y adinerada y que no estaba al alcance de una persona campesina como él.
Precisamente en su canción relata que “con un paño de lagrimas cuando me despedí/ de esa morenita que me parte el corazón/ con su amor tan sincero ella me ha puesto a sufrir/ que solo me consuela las liras de mi acordeón”.
Remata su canción con mucha resignación manifestando que “oye Naferito no te vayas a morir/que ese clavelito no puede ser para ti”.
Así de esta manera Naferito siente la música vallenata, esa que conoció desde que abrió sus ojos y escuchó a su padre tocar el acordeón y a su madre interpretar cantos de tambora como aquel que dice: “los pozos brillantes se están derramando, los cubos de plata los están aparando”.
Merecido homenaje
La vida de Nafer está pintada de todos los colores y siempre aparece el negro con un acordeón al pecho recordando el ayer de sus interminables parrandas en pueblos conocidos y desconocidos. Claro sin olvidar a un caserío del municipio de Chimichagua y de singular nombre: ‘Tronconal’, donde con su compadre Raúl Mendoza libró bellas batallas del folclor en medio de tragos y más tragos. Allá, precisamente nació su célebre canción ‘El estanquillo’, pero eso es “harina de otro costal” porque ahora es el presente y se le brindará en Barrancabermeja, un soberbio homenaje de esos que nunca se olvidan porque se lo supo ganar al coronarse Rey en 1987 y cinco años después se alzó con el triunfo de Rey de Reyes. Será el homenaje para el hombre que cuando está en ‘temple’ no se cansa de decir: “Está tocando es un hombre”.
Cuando se le pregunta por el homenaje en la Capital Petrolera de Colombia, se emociona y dice: “Esas son las cosas que lo ponen a uno de fiesta hasta el alma. Que la linda ciudad petrolera le reconozca a uno el trabajo realizado durante años a favor de un folclor que nació en mi casa, porque así lo siento. Es algo maravilloso y no hay palabras para explicarlo. Dígame, como pago tanta bondad”. La respuesta definitivamente la dijo Diomedes Díaz en una de sus canciones: “Yo no se como se paga, ese gesto tan bonito, quiero repartir mi alma y darles a todos un poquito”.
El hombre de ébano se emociona, sus palabras se entrecortan, sus ojos se enrojecen y los recuerdos bellos lo acompañan. Sacó su pañuelo y guardó sus lágrimas, lagrimas que son la mayor ofrenda para una ciudad santandereana donde la auténtica música vallenata tiene la máxima acogida.
“Vea, esto es grande. Un homenaje en vida es lo máximo y viniendo de quienes viene. No le digo, que las palabras se quedan cortas para agradecer tanto cariño”.
Hace una pequeña pausa, sonríe y continúa pegando sus palabras en la grabadora. “Nosotros somos una familia de músicos. Con decirle que se tendrían que escribir varios libros para contar la historia de todos nosotros. Le cuento que en El Paso hubo un tiempo donde se llegó a tener más de 80 acordeoneros y para un pueblo pequeño es mucho. También puedo decir que mi hermana Sabina, tocaba acordeón y mi hermano Alejo, no la dejó seguir porque le dijo que eso era para hombres”.
Todo preparado
El maestro Nafer Durán tiene lista su acordeón para darse un paseo por sus bellas canciones, y todos saben que él es una gloria viviente de esas que amanece todos los días de Dios, con el folclor a flor de piel.
Nafer sigue hablando y contando su historia que tiene diversos capítulos, todos enmarcados dentro de los cánones del verdadero vallenato, ese vallenato que aprendió a tocar antes de decir “papá y mamá”.
Todo será alegría para Naferito. La fiesta será grata y llena de aplausos, abrazos y reconocimientos al hombre que en tono menor le dijo a una mujer que sin ella no podía vivir.
Sin ti no puedo estar
mi corazón se desespera
no lo dejes sufrir más,
porque le duele y se que queja.
Toda la culpa la tienes tú
si lo dejas que se muera.