Siempre que me encuentro con Rodolfo Quintero Romero recuerdo una frase que Jorge Luis Borges inmortalizó en su cuento Episodio del enemigo: “No soy un hombre fuerte y solo las palabras podían salvarme”.
No es para menos, Rodolfo evidencia en cada uno de sus actos que el lenguaje es un instrumento de liberación. Él no solo es un acucioso lector, sino que también lleva la prosa en la sangre, pues creció en un ambiente familiar donde la deliberación era el pan de cada día. Hablar con Rodolfo resulta apasionante, nunca sale uno siendo el mismo. Por eso quise entrevistarlo, necesitaba volverme a perder en el laberinto de las ideas.
A finales de los años ochenta fuiste un dirigente destacado del movimiento cívico-popular Causa Común y, luego de liderar algunas luchas sociales, tuviste que abandonar Valledupar por amenazas de muerte. ¿Cómo viviste el exilio?
Saber que tienes que abandonar tu tierra a las carreras y que no puedes volver a tu país es muy duro. Te sientes desgarrado, abandonado y víctima de una enorme injusticia. Después viene el rigor del exilio que genera un sentimiento inagotable de nostalgia y una angustia existencial difícil de superar. Se necesita mucho coraje para soportarlo. Por eso Sócrates prefirió beber la cicuta que aceptar el ostracismo de Atenas.
Poco a poco fuimos saliendo adelante y más tarde decidimos estudiar: mi esposa, administración de empresas en la Universidad de Estocolmo. Yo, una maestría en Economía Ambiental en la Universidad de Agricultura, en Uppsala. Ya más calmados, abrimos la mente a otras culturas y experiencias. En 1996 regresé a Colombia a una especie de exilio interno, que fue peor que el externo, porque no podía volver a Valledupar ni participar en política. Para sobrevivir al paramilitarismo debía ser invisible y guardar silencio. En total fueron 22 largos años de destierro, desde aquella aciaga tarde de julio de 1987 cuando salí de mi casa para proteger mi vida, dejando atrás familia, amigos y copartidarios.
¿Qué sentiste cuando regresaste a Valledupar después de estar tantos años en el exilio?
Una inmensa emoción. Como si hubiera resucitado. Encontré un paisaje humano y urbano muy distinto al que me acompañó desde niño. Me sentí como un extraño en mi propio pueblo y reconocí el sabor amargo del desarraigo que sin piedad persigue al exiliado. Los amigos, olores y costumbres ya no eran los de antes. Como dice la canción: “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas”.
¿Por qué es tan difícil la reconciliación en Colombia?
Porque un sector de la élite gana con la polarización. Le sirve para impedir que se hagan las reformas necesarias para superar las causas que dieron origen al conflicto. No es que quieran la guerra, sino que equivocadamente perciben los cambios como una amenaza a sus intereses. Por eso apelan a la mentira, atizan el odio y fomentan el miedo para manipular a la opinión pública. Su objetivo es mantener el statu quo a cualquier costo. Si es necesario, son capaces de politizar las instituciones, destruir la democracia e instaurar un régimen autoritario. Pareciera que le temen más al Estado Social de Derecho que a la guerrilla. No obstante, debemos dialogar con ellos, tender puentes y llegar a un acuerdo político nacional, apoyados en la verdad, que nos permita alcanzar consensos mínimos que consoliden la paz y faciliten la reconciliación.
¿Cómo ha sido tu experiencia en Diálogos Improbables capítulo Cesar?
Extraordinaria. Por más antagónicas que sean las opiniones y opuestos los intereses es mejor apelar a la palabra que a la violencia. Yo siempre quise conversar con personas que tuvieran ideas radicalmente distintas a las mías, pero nunca fue posible. Existían prevenciones, prejuicios, resentimientos y odios recíprocos. Sin embargo, este proceso de Diálogos Improbables logró lo que parecía una ilusión. Ahora confío, más que ayer, en la importancia del diálogo para solucionar las inevitables contradicciones y he recobrado la esperanza en un futuro de paz para Colombia. Nadie debe perder la vida ni salir al exilio por causa de sus opiniones.
Charlemos sobre la actualidad política de la región. ¿Qué opinión tienes sobre la dirigencia del Cesar?
Los indicadores económicos, sociales y ambientales, 53 años después de creado el departamento, muestran que los gobiernos no han tenido éxito en garantizar prosperidad, bienestar, seguridad ni tampoco un medio ambiente sano para la población. No es de extrañar que así sea, porque muchos de sus dirigentes conciben la política como una vía exitosa de acumulación de capital a través de la corrupción. Me impresiona su indiferencia a las angustias ciudadanas. Opino que la violencia de los últimos años amerita dilucidar las causas que la originaron para evitar su retorno. Sin embargo, le veo poco interés en desarmar los espíritus e iniciar procesos genuinos de reflexión serena sobre lo sucedido. La clase dirigente, que no fue ajena al conflicto armado, debería promover la reconciliación de los cesarenses. Miles de víctimas así lo esperan y demandan.
¿Qué debemos hacer como sociedad para generar nuevos liderazgos que recuperen la confianza del pueblo?
Gracias a la actual pandemia nuestras vergüenzas quedaron al descubierto. Hoy son más evidentes las debilidades del sistema de salud, la pobreza, el hambre y las desigualdades. Estos determinantes socioeconómicos y culturales de las enfermedades nos hacen más vulnerables frente al COVID-19.Es necesario cambiar el modelo de gestión del territorio. Pensemos primero en los seres humanos. Los enemigos de la corrupción y la administración pública ineficaz debemos unir fuerzas. Tal vez lo que necesitemos sea un pacto social y ecológico. Un acuerdo de convivencia entre nosotros y con la naturaleza. Es en esta búsqueda de coincidencias, para arreglar la casa común, que surgirán los nuevos liderazgos.
Aunque el largo exilio y los compromisos familiares te han limitado un poco, tu eres un hombre político. ¿Piensas saltar en algún momento a la arena electoral?
No. No está entre mis planes. He recorrido caminos alternativos para servirle a la comunidad: lideré la llegada de la sede de la Universidad Nacional. Colaboré, ad honorem, en la erradicación del analfabetismo en Valledupar en la alcaldía de Fredys Socarrás. Desde la Fundación Carboandes, promoví las campañas ‘Guacoche de colores’ y ‘Párala ya, nada justifica la violencia contra las mujeres’. Soy cofundador y presidente de la junta directiva de la Filarmónica del Cesar y del Programa de Desarrollo y Paz; y miembro entusiasta del proyecto de Diálogos Improbables, entre otras actividades.Desde la sociedad civil se pueden hacer muchas cosas por el bien común.
¿Eres, como diría María Fernanda Cabal con su un lenguaje retrógrado, “un mamerto”?
(Risas). En mi juventud decidí que debía estar siempre del lado de los más vulnerables, de las víctimas. Defiendo la idea de que todos los seres humanos son iguales en dignidad y derechos. Soy ambientalista y promuevo el humanismo ecológico. Aspiro a vivir en una sociedad democrática, de economía mixta, con mercado regulado y libre competencia. Y con un robusto Estado Social de Derecho que fomente la equidad social, las oportunidades y el cuidado de la naturaleza. Si esto es ser “mamerto”, ¡bienvenido el “mamertismo”!
Tú perteneces a una reconocida familia de Valledupar: “Los Quintero”. ¿Cómo hacen para mantenerse unidos a pesar de las evidentes diferencias ideológicas que existen entre ustedes?
Nosotros fuimos educados en un ambiente liberal que estimuló el pensamiento crítico y la opinión libre. En nuestra estructura familiar fue clave la ausencia de jerarquías autoritarias. Aprendimos muy temprano que no se irrespetaba a las personas cuando se cuestionaban sus ideas. Ahora pienso que recibimos una educación atípica a la tradición regional. Esa formación hogareña explica nuestras diferencias políticas, ideológicas y de estilos de vida. En medio de esas contradicciones, también hay lugar para las coincidencias alrededor de la ética, la defensa de lo público y la solidaridad con los más necesitados.
Finalmente, ¿qué libros recomendarías leer a los jóvenes del Cesar?
Todos los libros que puedan leer, pero “obligatoriamente” estos dos: ‘Líbranos del bien’, de Alonso Sánchez Baute, y ‘Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo’ de Chimamanda Ngozi Adiche.