Ya había visto en Facebook fotos de poetas desagradables con él, abrazándolo como a una momia viva, creando cuadros cercanos a lo necrológico al juntar sus caras de muerte con las del resucitado. Él es uno de los sobreviviente de uno de los movimientos literarios más importantes de Colombia que, nomás de verlo publicado en el muro de esos aficionados, haciendo cara de ponqué, se me salió del alma.
Pero el destino es vaina jodida. Llego a La FilBo 2015 y cuando paso a saludar a mis coterráneos al galpón de las regiones, me encuentro con que justo al frente del chuzo del municipio de Riohacha, al lado del chuzo del Fondo mixto para la promoción de la cultura y las artes de La Guajira, está instalado el chiringuito nadaísta en donde habían ocurrido las fotos siniestras, un espacio casi baldío que contrastaba con el confort y decoración del resto de los vecinos que, como buenos provincianos, estaban súper producidos para su visita a la capital.
Se reía con la gente y bromeaba, mientras promocionaba unas revistas y un par de libros que le quedaban de saldo (lo bueno de La FilBo es que la gente compra como loca y si tienes labia puedes deshacerte de cuanto cachivache te estorbe, obteniendo unos pesos a cambio. Cabe anotar que yo no vendí nada, ni mi novela a un editor porque no vi ninguno, ni un ejemplar de mi libro de poesía a los lectores porque los impresores, o sea el Fondo mixto para bla bla bla, olvidaron llevar copias y las que yo llevé no quise ponerlas ahí; después de todo el que lo va leer a uno lo lee ¿cuándo? No sé, no importa.)
Gafas de vidrio amarillo, tenis, camisa a rayas, pantalón caqui, pelo blanco medio largo y unas conjuntivas oculares rojísimas y expuestas como hemorroides sangrantes con las que le hacía ojitos a las muchachas, mientras ofrecía: “Nadaísmo, nadaísmo, aproveche que ya casi vendimos todo. Todo se agotó, decía. Ya vendí toda la Obra Negra de Arango, aproveche para llevarse lo que queda”. Poco a poco se iba acercando la gente, hasta yo, que a pesar de tener prejuicios me dejé persuadir por su encanto. Llegué, le compre una revista barata, y me senté sobre la alfombra del puesto, a leer la revista y a hojear un libro escrito de su autoría; unas anti memorias del movimiento o algo así.
Poco a poco se acercaba la gente, a joder la vida y a comprar. Cuando el que yo estaba hojeando era el único libro que le quedaba, me dijo que lo dejara sobre el estante, que no faltaría quien se lo llevara.
Entonces me levanté, desenfundé mi cartera y saqué de ella un fajo que hace poco había recibido -lo saqué bien para que se viera claramente que todos eran billetes de cincuenta- halé uno, le pagué el libro y me senté otra vez, a seguir hojeando, leyendo con el placer de quién no le debe a nadie, mientras oía sus loras de cuando estuvo con Ginsberg en El Village, de cuando estuvo en Praga, de cuando estuvo en Cuba con Cela y Vargas Llosa… hasta que se me ocurrió preguntarle si no le molestaba que estuviera ya tanto tiempo en su cambuche, y me dijo que no, pero que cuando vinieran los muchachos que lo ayudaban tenía que irme. ¿Y quiénes son esos pelaos?- le pregunté. Unos amigotes que quieren ser nadaístas- me dijo. Entonces nunca lo serán- le dije yo, mientras me levantaba, recogía mi revista, mi libro, y me iba.
En la primera página del libro que le compré, me escribió: “Para Jarol Ferreira, otro poeta nadaísta que nos cayó como una perla de los cielos de La Guajira.” Lo que quiere decir que le cayó de perlas que le hubiera comprado el librito, el último ejemplar que le quedaba en la FilBo 2015, porque así podía irse a su casa a hacer nada, que según entiendo es lo que más disfruta un nadaísta.