Por Luis Eduardo Acosta Medina
Nos encontrábamos esa tarde, en una audiencia, en el Juzgado Tercero Administrativo de Descongestión de la ciudad de Riohacha, cuando recibí la llamada de mi hermano Amylkar para comentarme que había recibido una llamada del señor presidente de la República, para invitarlo a ocupar un puesto que no estaba buscando, para desempeñarse como Ministro de Estado, secreto, que con el mayor esfuerzo del mundo tuve que guardar, ante la posibilidad de quedarnos esperando la miel pa' los buñuelos, pues la mente tiene poder, para lo bueno y para lo malo; no había transcurrido mucho tiempo, cuando recibí otra llamada, para confirmarme que, en efecto, sería el primer chicharrón que caería al caldero.
Después del alboroto natural que se presenta en estos casos, porque no puedo negar que la vaina me contentó, reflexione, y no lograba entender por qué aceptaba aquella invitación presidencial, si conocía de su posición crítica, -nunca insultante- en contra de algunas decisiones trascendentales del alto gobierno; me tranquilice cuando recordé lo que papá nos decía: -"El amigo del gobernante no es el que le dice lo que a él le gusta escuchar, sino quien le dice o le escribe lo que honestamente está viendo”; y así es, pues, si no hubiera tanta gente desleal, lisonjera, aduladora, y mentirosa acorralando a los que tienen poder, se equivocarían menos.
Desafortunadamente, los bellacos solo les dicen lo que a ellos les gusta, mientras el verdadero amigo le dice lo que va haciendo mal, para que cumpla los deberes que le imponen la Constitución y el Estatuto Disciplinario.
También en aquel momento recordé cuando yo estaba niño y mis viejos viajaron de urgencia a Medellín, porque se enteraron por el periódico que Amylkar no aparecía y que además se encontraba herido, después de unos enfrentamientos entre los estudiantes de la Universidad de Antioquia y la policía; aquella vez lo pudieron localizar, dos días después, donde lo tenían otros estudiantes escondido, ya que durante una noche los organismos de seguridad lo fueron a buscar al apartamento y él se había lanzado por una ventana del tercer piso del edificio, y había caído de pie, y le afectó la columna vertebral, de la cual aun está sufriendo.
A propósito de su caída de pie también recordé que mi vieja nos contaba que ese parto fue difícil, que nació en la casa en Monguí, que casi lo pierde por un antojo, que, como todos, no tuvo cuna sino hamaca y vino a este mundo de pie, así como cayó del edificio, y la partera, que se llamaba Julia Estrada, gritó: -"Mi gente: ese muchacho va a ser grande, inteligente y afortunado, vino derechito y parado”.
Cuanto me duele que los arquitectos de todo estén hoy en el cementerio, y no con nosotros, para darles las gracias por su ejemplo; sin duda, Evaristo, mi padre, ya estaría preparando el vestido completo con el corbatín para la posesión, porque le fascinaban los actos solemnes, y mamá estaría esperando hablar conmigo, a solas, antes de decidir si asistiría, pues nunca aceptó ni la vitrina ni la ostentación, prefería el trabajo, la fatiga y el anonimato; hoy los extraño más que nunca… Qué vaina, se fueron habiéndolo hecho todo y habiendo disfrutado tan poco!