Recuerden todos, que a lo largo de la historia, la mujer ha sufrido incontables desgracias que la han dejado en el lado marginal en todos los ámbitos de la vida social y en el de la vida privada. Ahora parecemos insoportables reclamando derechos o llevando en alto la bandera del feminismo cuando ya pareciera que las viejas generaciones hicieron la tarea y no tendríamos que sumarnos a ella, porque se supone que todos nuestros derechos han sido conseguidos y aplicados. No lo han sido, y en todos aquellos que lo han sido debió ejercerse una intensa lucha que dieron las mujeres solas.
La suma de todas las desgracias y de todas las circunstancias, o de todas las poblaciones femeninas, parece representar una especie de tapete donde duele caminar. No se puede aparentar que vamos tan conciliadas por el mundo, porque a veces, si levantamos los pies tenemos heridas y todas las cargamos. Las mujeres, tal vez porque somos la tierra misma, estamos atadas unas a otras, nos parimos unas a otras y en esa representación del infinito no nos abandonamos así no nos conozcamos. Allí reside la fuerza de todo el movimiento feminista que ha sido posible por la fuerza esencial femenina. Algo mayúsculo a las ideas y a cualquier visión y que se planta en la cotidianidad de cada una de nosotras.
La colectividad femenina se liga por lo esencial, no necesita un negocio, ni siquiera necesita causa, se liga en un ejercicio primario de compasión y amor por esa otra que sufre y me necesita. Así entre una y otra mujer surge lo comunitario y permanece. Entre una y otra se cuidan los hijos, se educan, se trabaja, se comparte el amor de un hombre si es lo que corresponde, tan capaces somos de sobrepasar las circunstancias. Ese sentido ha hecho que en este país las mujeres hayan unido imposibles, hayan perdonado el horror de la guerra, el infinito dolor de la pérdida de los hijos, las miles de vejaciones sobre su cuerpo y sus bienes. Han sido capaces las colombianas de sembrar en el desierto que ha dejado la violencia y quedarse rodeando las semillas para verlas crecer aun sin agua.
No se han inventado las mujeres la guerra aunque hayan mandado a sus hijos, aunque hayan alimentado a la tropa, a la guerrilla, a los paramilitares, aunque hayan empuñado armas. No se han inventado ningún derecho para ellas que no hayan reconocido para los otros. Esto hay que entenderlo desde lo que supone la presencia colectiva femenina; las individualidades, ya sabemos, solo responden frente a los espejos y en la individualidad, claro, tenemos derecho a ser y hacer en libertad porque a fin de cuentas somos almas, sin género.