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Mujeres importantes en el desarrollo cultural de Valledupar (parte 4)

Rosario Pumarejo Cotes Oñate, vallenata Rancia, de pura cepa.

En esta cuarta entrega de las mujeres importantes en el desarrollo de Valledupar, el reconocimiento especial es para Rosario Pumarejo Cotes Oñate, Juana Bautista Villazón Mestre y Bernarda Urbina, conocida como ‘Mama Lala’. 

ROSARIO PUMAREJO COTES OÑATE

Fue hija de Sinforoso Pumarejo Quiroz y de Josefa Cotes Oñate, de la aldea o caserío, en ese entonces, de La Paz (Robles Cesar), y nieta de Silvestre Cotes, del Villorrio, en ese entonces, de Manaure y de María del Rosario Oñate, del paraje de La Paz, Cesar.

Su niñez se desarrolló jugueteando en la plaza que hoy se llama Alfonzo López, ya que nació en la casona de la esquina occidental de la plaza, que hizo construir, su tatarabuelo José Domingo Pumarejo en 1752 y que hoy es propiedad de doña Magdalena Castro, en sus ventanas aún se ven las iniciales. J.D.P

Tuvo una niñez muy triste, ya que quedó huérfana de madre a los 4 años, y después quedó huérfana de padre a lo 8 años, por este motivo quedó al cuidado de su abuela paterna doña Ciriaca Quiroz Daza, al morir la abuela quedó bajo el cuidado de su tía paterna Josefa Pumarejo Quiroz, quien se la lleva a Estados Unidos; es posible que teniendo ya 15 años, hubiese tenido alguna desavenencia con su tía y por ello se viene a esa edad para Colombia, al puerto de Honda, sobre el río Magdalena; se ignora por qué motivos no se vino de regreso a Valledupar, al sentirse sola. 

En Honda contrajo matrimonio con el caballero Don Aquilino López Medina, un comerciante de mucho dinero, de 25 años, con quien tuvo ocho hijos, de los cuales mueren dos muy pequeños; entre sus hijos, el mayor fue el doctor Alfonso López Pumarejo dos veces presidente de Colombia.

Todos sus hijos nacieron en Honda. Durante su estadía allí se dedicó a la práctica de la caridad y al humanismo con los enfermos y pobres que estaban internos en el hospital de esa ciudad.

Hay que recordar que fue abuela del doctor Alfonzo López Michelsen, también presidente de Colombia y primer gobernador del departamento del Cesar, y a quien ella no llegó a conocer, ya que murió en Bogotá a los 27 años dejando huérfanos de madre a sus seis hijos. El mayor lo dejó a los 8 años, el cual era Alfonso López Pumarejo, el que más tarde sería dos veces presidente. Don Aquilino López entonces asume la crianza de sus hijos, educándolos con gran esmero.

Doña Rosario murió con el gran dolor de dejar a sus seis hijos todos huérfanos, todos pequeñitos, ya que el mayor solò contaba con 8 años; en este sentido fue una mártir, además de que sufrió en carne propia la orfandad con respecto a sus padres. ¡Paz en su tumba!

Su hijo mayor, el doctor Alfonzo López Pumarejo, ha sido el presidente que más contribuyó al desarrollo de Valledupar, la dotó de centros educativos, de un hospital que lleva el nombre de su madre: Rosario Pumarejo Cotes, y del aeropuerto; todo esto por el gran afecto que tenía por estas tierras que fueron la cuna de sus antepasados.

Además, durante su gobierno y a nivel nacional, con el slogan “La Revolución en Marcha” creó el derecho a la huelga, disminuyó a nueve horas diarias el trabajo de los obreros, estableció el derecho a crear sindicatos, y el pago de las horas extras, a los trabajadores.

Aguamanil con su jarra y su ponchera, además del jabón Helena de Pravia, artículos de eso antiguo.

JUANA BAUTISTA VILLAZÓN MESTRE

Esposa de don Eugenio Martínez Maya. Su vientre bendito dió como fruto al líder conservador ospinista don José Eugenio Martínez Villazón, de un gran espíritu de superación y quien fuera autodidacta, y distinguido por su rectitud y don de gentes, que lo llevaron a ocupar cargos muy importantes en la ciudad y el departamento. Pero fue además madre de la insigne maestra Rosa Delfina Martínez, quien nos dejó la historia vallenata bordada en lienzos; y madre de la primera monja capuchina de la ciudad: Ana Carolina Martínez Villazón. y, abuela del distinguido jurista Carlos Céspedes Martínez.

BERNARDA URBINA (‘MAMA LALA’)

Fue esposa del primer director de la cárcel del circuito (cárcel del Mamón), don Florentino González (en el antiguo convento de San Cayetano).

En su casa fundó el primer hospedaje de la ciudad en el siglo XX. Allí encontraron refugio material y espiritual distinguidos visitantes del extranjero: ‘Mamá Lala’ les brindaba una comida exquisita y vernácula, y un ambiente de aseo, orden, y belleza, ya que sus patios estaban llenos de frutales, de hermosas flores, y plantas que despedían aromas como la resedá, el heliotropo y el caballero de la noche; pero además los despertaba en la mañana con una música muy suave y con identidad vallenata que se desprendía de su antigua victrola. En la mañana les ofrecía un tinto preparado con jengibre o canela al gusto. Contaba también con un botiquín donde guardaba mejorales, píldoras de vida del doctor Rox, Emulsión de Escot, paico, sal de Epson, ect. Y, brindaba una atención maternal y de diálogo con sus huéspedes. En su nevera de petróleo, que eran las de la época, guardaba deliciosos dulces para ofrecerlos como postres después del almuerzo; ofrecía además un tocador con polvos de marca Riorrita y una aluzema Agua de Florida de Murray y Lamman; debajo de las camas lucían bacinillas de peltre y floriadas; al pie de la mesa había un aguamanil con una ponchera de peltre y una jarra con pétalos de rosa para perfumar el agua y un oloroso jabón de marca Elena de Pravia; en los corredores, hamacas guajiras para la siesta, a un lado, una mesita con planchas de mano para calentarlas al carbón y en el dintel de la puerta una lámpara de petróleo a media luz, que permanecía prendida toda la noche.  Por ello, su negocio fue muy próspero y sostenible, dándonos muestra de un gran emprendimiento. Con todo lo anterior, fomentó el turismo mostrando nuestra cultura culinaria y los valores de la hospitalidad vallenata; sus actitudes como dueña de su empresa, que sirvan de ejemplo a los empresarios actuales.

Fue además abuela del excelente jurista, famoso por su rectitud, doctor Luis Augusto González, y del humanista y médico pediatra Hernán González.

Las lámparas de petróleo en los corredores, fueron fundamentales en la época de estas importantes mujeres.

POR RUTH ARIZA COTES/ ESPECIAL PARA EL PILÓN

Categories: Crónica
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