Bernardina Vásquez Palmesano está próxima a cruzar la esquina de los 95 calendarios, y en sus labios una breve sonrisa deletrea los sonidos del recuerdo. Sus ojos brillan de gratitud a Dios, a la vida, familiares y amistades, y a su pueblo, La Jagua del Pedregal.
El nombre “Jagua del Pedregal” fue tomado de un árbol que abundaba en la región, y por las piedras que recubrían los caminos. Por consenso, los habitantes decidieron cambiarlo por “La Jagua del Pilar”, en honor a su santa matrona, La Virgen del Pilar. Hoy es un municipio de La Guajira, la mayoría de sus calles están pavimentadas, y su único corregimiento es El Plan (edén mítico de la vieja Sara María Salas Baquero, tronco ancestral de la dinastía musical de los Zuleta).
Las manos laboriosas de Bernardina, cariñosamente Berna, aprendieron desde niña la virtud del trabajo, y como si descendiera de la cultura maya, el maíz fue la materia prima para transmutar su destreza en alimentos: el peto y las empanadas, su especialidad.
Desde las tres de la tarde, todos los días, en la esquina de la casa, en el marco de la plaza principal, se instalaba con su mesa adornada de mantel blanco y vasos de vidrio reluciente, a vender peto y empanadas. Durante más de treinta años, esa esquina fue famosa; Berna era dueña de un secreto para hacer el peto exquisito, y lo mismo la sazón de los fritos, que amañaba a los habitantes de La Jagua del Pilar, de veredas y pueblos vecinos.
De sus ochos hijos, seis disfrutan de las aureolas terrenales, y dos se acicalan en los gozos espirituales de la eternidad. De la muerte de dos hijas, hizo esta revelación: “Una murió en el momento de nacer y la otra a la edad de cuatro años. Yo andaba por Valledupar en una diligencia; fui con mi hija menor, al pasar por la calle del Cesar, tipo nueve de la mañana, iba el entierro de un niño, un angelito, a mí me llamó la atención y alcé en brazos a mi hija para que mirara el ataúd.
Una señora mayor se dio cuenta, me regañó y me dijo, que por qué había hecho eso, que si yo no sabía que un ángel cuando va para el cielo se lleva a otro, para llegar juntos. Las palabras de esa señora me llegaron al alma; regresé en la tarde a La Jagua y en la madrugada mi hija murió; me puse muy triste, porque el dolor de la muerte de un hijo es muy grande para una madre; pero como he sido creyente, acepté la voluntad de Dios”.
Hoy Berna vive en Valledupar, en el barrio Manantial, en compañía de dos hijos; ya sus piernas no tienen la fortaleza para caminar, pero hasta hace poco peregrinaba todo el centro, como vivía pendiente del radio para enterarse de las cosas. Cuando moría un jagüero o un amigo, ella era la primera en llegar a la funeraria.