Aristóteles, el discípulo más aventajado de Platón, fue el filósofo polímata de la antigua Grecia que más entendió la política, y entonces fue quien más la juzgó, tanto es así, que en su libro ‘Política’, recuerdo que escribió (palabras más o palabras menos): los políticos deberían nacer sin familia. Ni tener amigos, le agrego yo. Creo que es innecesario explicar el por qué mi adenda o anexo.
Hace pocos días el presidente Iván Duque sancionó la Ley 2195, mediante la cual, el Congreso de la República da las pautas para fomentar la cultura de la legalidad que, en nuestro país, si la hubo se desmadró hace muchísimo tiempo, sobre esto, se escuchan voces de inocentes y también de marrulleros que dicen (palabras más o palabras menos): que las autoridades de ahora no se hacen respetar o no infunden respeto.
Los sensatos y decentes se preguntan: ¿para qué, en Colombia se les exige respeto a las autoridades a sabiendas de que es una utopía? En consecuencia, considero que mientras en nuestro país persista tan tremendo desmadre, la Ley 2195 será ficticia.
Lo cierto y duele decirlo, es que la corrupción, la ilegalidad, la delincuencia, el irrespeto y el abuso en Colombia, ha sobrepasado todos los límites.
Lógicamente, en Valledupar y en el departamento del Cesar tal situación no es nada diferente, por consiguiente, algunos columnistas y editoriales de EL PILÓN han hablado sobre este complejo tema, que requiere de un cambio para que en nuestro país prospere el orden en todos los ámbitos, para lograr el debido respeto al ordenamiento jurídico establecido por el poder Legislativo y demás autoridades competentes del poder Judicial y poder Ejecutivo colombiano.
Por ejemplo, el pasado martes 25 de enero, el columnista, Eduardo Santos Ortega Vergara, en su columna titulada ‘Manos a la obra… Por un cambio urgente’, termina diciendo: … “Debemos tener aires de avanzada y de cambios profundos, líderes que nos pongan a soñar con el ‘sí se puede’ pero no como eslogan de campaña de político barato y ruin, sino como política seria de cambio social en la que este mundo, que está incrédulo, comience a ver con confianza a los políticos jóvenes.
Hace falta oxigenar un Congreso en el que nadie cree. Y sin que todos sean malos, el noventa por ciento no sirve, hay que invertir la pirámide.
Es hora de cambiar y no ser artífices de nuestra propia destrucción; volver a hacer lo mismo de siempre no aguanta. Manos a la obra… Solo eso”.
El columnista, Fausto Cotes Núñez, en su columna titulada ‘¿Quiénes son los elegibles?’, dice: … “La política debería considerarse como un servicio social obligatorio, donde se asome el Estado como intermediario y surja la competencia sana que incida en la mejoría total en los sistemas de elecciones populares.
Si no hay competencia es imposible mejorar la calidad y el servicio social, temas inherentes a esta actividad de la política.
Como están las cosas, todo indica que seguiremos en las mismas por mucho tiempo, pero entonces debemos poner mucho cuidado si hemos de elegir entre nuevos candidatos con notorias hojas de vida, otros que nunca han hecho nada, u optar por los conocidos, por esos que por lo menos hayan tenido una capacidad de gestión bastante aceptable en términos administrativos y de servicios…”.
Genial la Pilocatura de Safady, donde cuestiona a un nuevo candidato médico, y la maltratada Colombia le pregunta, si cree que desde el Senado pueda hacer algo para extraerle la crónica corrupción.
El miércoles 26 de enero el columnista Miguel Aroca Yepes, en su columna ‘Los prejuicios de la edad’, escribe: … “Los hábitos crean las costumbres, las costumbres fomentan las culturas y las culturas nos definen como sociedad, subraya la concatenación de ideas para mostrarnos un postulado que evidenciamos como axioma todos los días.
Es la cultura del entramado que surge de alianzas de negocios entre partidos políticos sin credulidad, cuya única finalidad es el reparto de los puestos y los contratos…”.
Por José Romero Churio