Desde mí cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro
La beligerancia es una lucha por objetivos ilimitados entre combatientes incapaces de destruirse unos a otros, por una causa material para luchar y que no se encuentran divididos por diferencias ideológicas claras, la riña entre el gobierno y la guerrilla jamás se sofocará, se necesitan para seguir haciendo negocios cada uno por su lado, pero eso sí, sin rozar los límites geográficos, puesto que los ideológicos fueron pretexto de antaño.
El histerismo bélico es continuo y universal; y las violaciones, los saqueos, la matanza de niños, las violaciones sexuales, la esclavización de poblaciones enteras, las represalias contra los prisioneros, hasta el punto de quemarlos y enterrarlos vivos, se consideran normales, y cuando las atrocidades no las comete el enemigo sino el bando propio, se estima meritorio. Para comprender la naturaleza de esta guerra perpetua en Colombia, hay que tener en cuenta que siempre es la misma, por tanto, no puede ser decisiva.
Los territorios disputados contienen valiosos minerales; y algunos producen ciertas cosas, como petróleo, bananos, carbón, oro, esmeralda, café, etcétera; mano de obra barata. Y además de resistentes, los pobladores son reducidos (más o menos abiertamente) a la condición de esclavos: Pasan de un colonialista a otro; las poblaciones esclavizadas permiten, con su trabajo, que se acelere el ritmo de la guerra.
Colombia hoy está hambrienta y llena de desolación, somos más primitivos que hace cincuenta años, pero ricos, a pesar de los saqueos de la calaña política, que se pelea para acceder al botín.
Algunos países han progresado ligados a la guerra, produciendo para ella, nosotros, desde el Tercer Mundo, los conocemos como el Primer Mundo. Su principal propósito es mantener en marcha las ruedas del mundo de la industria, sin aumentar la riqueza real. Los bienes pueden ser producidos, pero no distribuidos, y la única manera de lograrlo está en la guerra continua.
El acto esencial de la guerra es la destrucción, no forzosamente de vidas humanas, sino de los productos del trabajo.
La guerra es una manera de pulverizar o de hundir en el fondo del mar los materiales que en la paz constante podrían emplearse para que las masas gozaran de comodidad, es posible que con ello se impida que se hagan demasiado inteligentes.
Aunque las armas fueran indestructibles, su fabricación es el método de gastar trabajo sin producir algo para mitigar el hambre. El esfuerzo de guerra se planea para consumir todo lo que sobre, después de haber cubierto unas mínimas necesidades de la población; y este mínimo se calcula siempre en mucho menos de lo necesario, de manera que haya una escasez crónica de casi todos los artículos necesarios para la vida. Es una táctica deliberada mantener, incluso a los grupos favorecidos, al borde de la escasez, porque ello aumenta la importancia de los pequeños privilegios y hace que la diferencia entre un grupo y otro resulte más evidente, aumentando las dosis colectivas de odio.
Así, fomentando a diario la idea de que se está en guerra, y por tanto en peligro, hace que la entrega de todo el poder a una reducida casta parezca la condición natural para sobrevivir.
La guerra realiza la promiscuidad y logra que todos la aceptemos psicológicamente, generando la fase emotiva para esta sociedad jerarquizada, pues lo que interesa no es la moral de las masas, sino la moral del Partido o de la Transnacional.
Se logra así que cada miembro del Partido o de la Empresa, sea competente, laborioso (e incluso inteligente) dentro de reducidos límites, claro está, pero siempre es preciso que sea un fanático crédulo, en el que se incube y prevalezca el miedo, el odio, la adulación, y una sensación casi orgásmica de triunfo, que es el culmen de la mentalidad típica de la guerra.
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