En Colombia hay muchas noticias que ya no son noticias. Se presienten, se repiten, se esperan, se desgastan. Colombia es un déja -vú constante, en donde la esperanza se desmaya y el orgullo por la patria se marchita.
Cuando esperamos que se firme la paz, salen los quijotes de medio pelo a darle lanzazos; quijotes a los que ni Sancho Panza les cree; cada vez que se da una noticia sobre la proximidad de la firma de los convenios, o como se llamen, por la paz, se gasta un tiempo enorme en discusiones: que si es constitucional, que si no; que si el blindaje, que si no, que si constituyente, que no, y hablan los que no deberían hablar, no quiero citar nombres por si se me queda alguno.
¿Por qué se le tiene miedo a la paz? O mejor dicho, ¿al comienzo de la paz? Lógico que no se va a lograr de inmediato, viene un proceso muy largo, pero con el solo hecho de hablar de ella ya se está adelantando algo. Estoy segura de que si se diera un llamado para la guerra ahí sí todos a apoyarla sin medir las consecuencias, porque como sea hay que defender la causa, no sé cuál, pero cualquier causa.
Colombia tiene un telón de fondo guerrerista o conflictivo, con un escenario en el que los actores no tienen más papel que opinar, contradecir y armar un escándalo, porque es la única manera que tienen de hacerse notar; ya aburren, y mucho.
Fuera del tema (No uso este término por seguir la moda de ahora que “todo es tema”) de la paz, las noticias, que no son noticias, también cansan. Por mi condición de periodista me gustaba ver los noticieros, ya lo cancelé y me dedico a una de mis pasiones: el cine, así sea a repetir Rocky y no aguantarme al infaltable senador poetizando.
Todo el tiempo espero la buena noticia que nunca llega; en deporte, que nos aliviaba un poco, los astros: Falcao y James están en la incertidumbre; los ciclistas son superados, y los comentaristas felices porque los ya inexistentes escarabajos están entre los diez primeros; ¡qué hazaña!; refrescan un poco los saltos de Catherine.
En la cotidianidad el encuentro con una amiga después de tantos años de ausencia, tratan de acallarlo, como es costumbre aquí: con balas y una excusa tonta: “era un ladrón”, sí, un ladrón que dispara para anunciar su presencia.
Somos malos vecinos. ¡Qué horror! No hay nada más peligroso que un mal vecino. Venezuela, con su carga de disparates, nos cierra la frontera, Panamá ya lo hizo, ¿habrá un efecto dominó y quedaremos blindados (para utilizar un término de moda) encerrados en nuestros propias angustias, en nuestros genuinos asombros, en nuestras opacas esperanzas?
El espacio se me acabó, tengo unas líneas, para comentar que la paz o los intentos de paz hay que apoyarlos, no se logra con un chasquido de dedos, es así, lenta, como lenta se fue enquistando la guerra, pero dejen de meterle palo a la rueda, hay que hacer el intento de aceptarla para ver qué pasa. Me despido como lo hace un presentador de noticias de España: ‘Esperemos que en la próxima emisión tengamos una buena noticia que contarle’.