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Miedo al amor

Por Leonardo José Maya Amaya

El llegó tarde a la fiesta, subió las escaleras de prisa y  pronto estaba ante los alegres invitados que compartían con guitarras y acordeones. Era una azotea amplia, la noche estaba espléndida y la ciudad se veía hermosa con las luces nuevas de navidad, todos los luceros se veían muy cerca y la luna casi podía tocarse con la mano, así buscando una estrella se la encontró a ella de frente.
Estaba sentada al fondo del lugar, despreocupada, sin hablar con nadie: tenía un vestido amarillo, estampado con lirios alargados de verdes matices y flores exquisitas que moldeaban muy bien su talle dibujando la silueta de sus piernas esbeltas de blancos tobillos. En el lado opuesto, él observaba con atención sus movimientos y elegancia para esquivar la brisa que le hostigaba el pelo.
La miraba en silencio y su gracia  especial hizo que le preguntara a un amigo si la conocía: dijo que no, entonces la anfitriona la  presentó como su prima; él, muy galante, la recibió de pies y le ofreció una silla a su lado, comenzaron a hablar y ambos fueron sintiendo que era muy agradable la compañía, hablaron de cosas triviales, ella estaba de vacaciones, trabajaba en otra ciudad a 400 kms. Él era compositor.
Les parecía muy agradable conocerse, fueron muy galantes uno con el otro y hasta se coqueteaban al hablar, la magia de lo inesperado los arropaba, el sentía su voz agradable y observó su cabello negro intenso, su piel delicada y ojos mansos, tenía un maquillaje sutil que le daba un toque angelical a sus mejillas, el sintió que era la mujer más tierna que había conocido y ella estaba gratamente impresionada, quería decirle algo más, pero  nada fluía, ella esperaba atenta, le dijo que era soltera.
No entró, se quedó en el umbral con los sentidos adormecidos por el hechizo de ella y su sonrisa agradable se le grabó en el corazón. El embeleso y la atracción eran mutuos, en algún momento él le tomó la mano con la excusa de examinar su anillo de piedras, entonces el corazón se aceleró y la magia se hizo muy evidente en sus miradas disimuladas.
Ya conocían lo suficiente uno del otro como para considerar decisiones, al entrar en sus mundos fueron comprendiendo que tenían muchas cosas en común y  ambos tenían el pálpito de que compartirlo sería fantástico.
Después le habló de sus canciones, ella le preguntó interesada que estaba componiendo y él le dijo que desde hacía varios meses no componía porque no tenía  tema para hacerlo.
Ella estaba realmente impresionada le parecía un hombre encantador, inteligente y detallista, era el hombre ideal que siempre quiso encontrar, por eso aunque otras personas le hablaban y la buscaban con algún pretexto ella no se movía de su silla, un par de veces le tocó levantarse, pero al regresar lo buscaba con la mirada y él le correspondía corriendo a su encuentro, las horas pasaban y el encanto aumentaba,  ignoraban cuantos momentos verdaderos habrían vivido antes pero estaban seguros que ese era único, ninguno quería marcharse; pero al final se despidieron con una desolación profunda disimulada en una sonrisa ingenua, ella lo miró serena, el esquivó el encuentro de sus ojos suaves de paloma mansa.
Desde el mismo instante en que se despidieron se llevó impregnado la imagen de ella, esa noche casi no pudo dormir, pensando la magia de esa mujer dulce y tierna le daba vueltas en la cabeza como fantasma obstinado. Ella estaba igual, quería volverlo a ver de cualquier manera,  él ya estaba ideándose una manera de encontrarla otra vez, pero extrañamente tenía miedo al encuentro.
Dos días después la llevó a dar un paseo por la ciudad y luego  a cenar, después de juegos de conquista y un par de Cabernet-sauvignon él juntó todas sus fuerzas y al final tuvo el valor de decírselo. Le dijo que a los pocos minutos de tratarla descubrió que era la mujer más encantadora que había conocido en su vida, pero la veía tan especial que era incapaz de avanzar. Le confesó que por primera vez le tenía miedo a una relación, estaba seguro que se enamoraría profundamente de ella y ese amor los haría sufrir a ambos porque él era un hombre casado. Ella lo había conocido tan bien que lo presintió, se quedó en silencio y lo miró despacio, sabía que era así y lo comprendió bien a pesar de su entusiasmo delirante.
A los pocos días se fue pero su recuerdo grato se quedó para siempre, con el tiempo el pudo escribir unos versos. Fue así como esa mujer eterna se convirtió en una canción de amor.
Ella aún lo recuerda y desea encontrar a otro hombre que la haga soñar como aquel que conoció una noche mágica bajo el cielo de  Valledupar, él sueña con encontrar una mujer especial que lo inspire para hacer una canción tan hermosa como la que ella le dejó… “Una paloma blanca se alejó despacio sin tocar el viento…”

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