Para los que no conocen la historia, hablar de “Chulavitas” y “pájaros” es una completa fábula que da la impresión que corresponde a una época de la historia sucedida en otra parte del mundo y no en nuestro país, y aunque “Paras” y “Guerrillos” es de hace dos décadas, algunos prefieren no hablar del tema, a los jóvenes no les interesa y a los viejos les cuesta hacerlo ¿O por qué creen que seguimos matándonos?
En los últimos 20 años las campañas políticas se montaron sobre la base de lograr enrostrarle al otro el bando al que supuestamente representaba, si apoyabas al uribismo o a sus partidos aliados, se te consideraba un ultraderechista financiador de grupos armados, y si no estabas con ellos, te tildaban de aliado del terrorismo pero con un ingrediente perverso y es que el siguiente nivel era demostrar que los primeros eran menos malos que los segundos o que lo uno era consecuencia de lo otro, terminando en un terrible círculo vicioso.
Las historias de sangre, horror, muerte, exilios, toda la ruptura y degradación social y humana que la época de la nueva violencia le causó a este país, ha dejado heridas y huellas que aún no han sido superadas, todavía se respira en el ambiente las consecuencias de una era violenta que como en los 50s o en los 90s se pudo haber evitado, pero ese es un tema que aún levanta ampollas porque los que optaron por uno u otro bando morirán con la convicción que hicieron lo correcto sin el más mínimo ánimo de arrepentimiento.
Pero lo que quizás nos resulta irónico es que a pesar de que la violencia nos afecta a todos de una u otra forma, seguimos atados a ella, viviendo con ella y lo que es peor, anhelamos la violencia, aunque parezca un disparate decirlo; el odio es más contagioso y más efectivo que el amor aunque el segundo sea más fuerte, y se explica en la misma naturaleza humana y su tendencia a ser violentos y la expresamos de mil maneras buscando los mismos resultados.
Y como los ingenieros sociales lo saben y los expertos en neuromarketing también, pues no pudieron encontrar una mejor herramienta para alimentar las estrategias de campaña que apelar a esa condición y por ende nos inundan a diario con mensajes y noticias que nos hacen ver al otro como nuestro enemigo, basta con lograr conectar las emociones del votante y asociarlas con el oponente de tal forma que todo lo malo que hoy me está pasando está representado en el contrario, de ahí a que no se hace proselitismo político sino “contenidos para redes sociales” es decir, enciendo las pasiones y las emociones del votante para que vaya ciego a la urna haciéndolo creer que con ese voto destruye a su “enemigo”.
Lo que tenemos ante nuestros ojos son hordas de bárbaros ya no con espadas sino con teléfonos inteligentes y verborrea virulenta para insultar al otro porque decide (muchos desde la pasión), votar por mi enemigo, por el que consideramos causante de mis males y en ese orden de ideas quien no está conmigo está en mi contra cortando así cualquier posibilidad a la lógica y al argumento, escenario ideal para que terminemos eligiendo la peor opción dentro de las posibles.
Los problemas del país siguen intactos, los mismos de hace 60 años, la corrupción cambia de color cada cuatro años alternándose entre ellos a quien le corresponde apropiarse del erario después de hacerse con el poder, usando las estrategias y herramientas más bajas a la hora de manipular y mentir sobre lo que dicen sin sonrojarse que harán o por lo que lucharán cuando están untados hasta el alma de la misma miseria por la que dicen que van a luchar.
Ya no vale argumentar, los análisis se volvieron aburridos de escuchar, los problemas serios que como sociedad y como país atravesamos, se resumen a máximo un minuto en tiktok calificando al candidato como si asistiéramos a un espectáculo de circo y el que logre más monerías se termina llevando mi voto o al final el que logre demostrar que el suyo es menos corrupto que el mío.