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Mi vida ha sido de temores

El viejo caserón de paredes gruesas, portones con el chirrido quebradizo de los años y arcones llenos de historia, es ahora su atelier.

Allí vivió su tía Nena Castro; cerca de una ventana desde donde se divisa la Plaza Alfonso López y rodeados de cuadros, esculturas, genialidades, esas que causan espanto en la sociedad timorata de la ciudad, transcurrió nuestra charla, coloquial, triste y por momentos divertida. Celso Castro Daza habla pausado, con una sinceridad abrumadora:

Mary Daza: ¿Su obra es producto de una obsesión fálica?

Celso Castro Daza: Eso me lo pregunto todos los días y no encuentro una explicación, cuando se habla de obsesión en el mundo del arte en lugar de entenderse como parte negativa es un punto a favor, al mismo tiempo marca la propuesta estética. Eduardo Serrano dijo que yo manejaba los tabúes del mundo costeño.

MD. ¿Cuándo comenzó?
CCD. (Divertido y con una cierta sonrisa comenta) Desde niño, a los diez años, cuando con amigos del colegio del profesor Acuña nos íbamos para el río y nos medíamos a ver quién lo tenía más grande, nunca resulté victorioso y eso me llevó a creerme disminuido.

MD. ¿Complejo, trauma?
CCD. Sí, mi papá me castigó, cuando muy niño, debajo de la mesa de la plancha con un primo hacía el mismo ejercicio de medición. No sabía qué de malo había hecho para que me castigaran. Esa experiencia de niño me dejó un lastre enorme, cuando de pronto me encuentro con personas diferentes, que no son artistas, y les pregunto: ¿le puedo tomar una foto de su pipí? Y de pronto la persona no me agrede, me trata con amabilidad y con aprecio, en el fondo me siento como si hubiera metido la pata, porque siempre estoy temeroso de un rechazo.

MD. ¿Ya de adulto, al ver tus obras, qué dijo su papá?
CCD. Me cuidó, me protegió. Cuando, con un grupo de artistas protesté bajo el monumento de Arenas Betancourt, por el problema con el director de Cultura y Turismo, Tomás Darío Gutiérrez, que puso el grito en el cielo por la exposición de mis obras, mi papa se fue a la plaza y me acompañó todo el tiempo.

MD. ¿Y su mamá?
CCD. Ella pensaba que yo era socialista y decía: ‘Algún día pintará otra cosa’. (Lo invade la nostalgia al recordar a la inolvidable Rosalía Daza de Castro y cuenta con voz muy queda:)
Cuando mi mamá se enfermó yo estuve a su lado varios meses en la clínica, allí la pinté, la fotografié, aproveché para entrar a cuidados intensivos y allí hice unos dibujos bien interesantes. Luego cuando murió, la velaron en la sala de la casa, la misma en la que mis cuadros pendían de las paredes. Cuando observo esos dibujos sólo veo la soledad de Celso Castro.

MD. ¿Y sus hermanos?
CCD. Ahora son mejores conmigo. Fina es mi llavería.
Por el mundo

(Mientras Celso Castro era aplaudido en Nueva York, aquí la gente se escandalizaba con sus cuadros. Cinco años estuvo en la gran ciudad, enviado por su padre con el apoyo de Aníbal Martínez Zuleta, entonces Contralor General de la República, de quien vive agradecido; luego tres años en Milán, estuvo en Venecia, París y más ciudades europeas. En Nueva York departió con Truman Capote, con Julio Mario Santodomingo y más personalidades, en la discoteca Studio 54; durmió rodeado por Los nenúfares de Monet en el piso del Museo de Arte Moderno, del que tenía una membresía, allí disfrutó de la tranquilidad de una ciudad culta en la que no hay personas que digan: a un museo no se viene a dormir, no saben que esa es también una manera de gozar el arte)

MD. ¿Cómo fue el viaje?
CCD. Allá llegué, ¡Dios mío! tratando de vencer el miedo por esa ciudad y con la pesadez de la influencia de Luis Caballero y me encuentro con Andy Warhol, con Robert Mapplethorpe, otro grande, alguien comparó su obra con la importancia de la Gioconda; una exposición suya fue tan traumática para la ciudadanía, que la Liga de Protección de la Moral protestó al Fondo Nacional de las Artes. Sus obras fueron expuestas más tarde en los grandes museos del mundo.

MD. ¿Alguna vez expondrán así tu obra, sueñas con el reconocimiento mundial?
CCD. No aspiro tanto de la vida, le contaba a mi esposa cuando hablábamos de nuestras ambiciones: ‘yo le pedí a Dios que pudiera tener una o dos exposiciones en NY y las tuve, pero se me olvido pedirle vivir del arte’.

MD.¿No ha vivido del arte?
CCD. No, de las conexiones políticas de mi papá y de las vacas de Mariangola; no sé ni cobrar ni vender, no me gusta ponerle precio a mis cuadros y no he encontrado un buen marchante.

MD. Hablemos de su estadía en Italia
CCD. No sé como fui a para allá, Dios me llevó quizás para librarme de algo, todos los grandes, con excepción de Warhol, murieron de sida, se decía que era el castigo para los que trataban el desnudo masculino. Llegué a Milán sin conocerlo, a los pocos días ya estaba conectado con la mejor galería, la Marconi, donde expuso Warhol. Estuve seis meses en Venecia por la insistencia de amigos que me decían que allí habían estado Hemingway, Thomas Mann, Velásquez, y que yo podría inspirarme y hacer grandes obras.

MD. ¿Qué pasó?
CCD. Imagínate, yo que no me atrevía a cruzar el pozo de Hurtado, verme de pronto en plena laguna de Venecia, durmiendo con el agua en las ventanas, todo eso fue minando mis nervios, regresé a Milán y ya me sentía como para clínica de reposo, era el aislamiento a que me llevó el temor por el rechazo y regresé al Valle, ¿para bien o para mal? porque aquí poco, muy poco se sabe de arte.

MD. ¿Nunca pensó en ser político?

CCD. No, porque el político se realiza sirviendo a los demás, yo no, me interesa mi cotidianidad, y muchas veces no doy para manejarla. (No siente interés en hablar de política)

MD. ¿Sigues tan inseguro?
CCD. Sí, cuando le pido a alguien que pose para mí me da gran ansiedad, siempre por el temor al rechazo, siempre el rechazo. De ahí que recurra a seres elementales: campesinos, vendedores ambulantes, aunque también posó para mí un mariner de Estados Unidos.

MD. ¿El día en que te sientas completamente seguro, quizás no te salen las cosas bien?
CCD. Me sentiré en el paraíso.

MD. ¿Sientes que te habita alguien o algo?
CCD. Siento que me habita la irrealidad que percibo en el arte.

MD. ¿Hay muchos cuadros tuyos en casas vallenatas?
CCD. No, los únicos que tiene obras mías son Sergio Araujo Castro y mi tía Adelaida.

MD. ¡Crees en el amor?
CCD. A primera vista. (Sonríe) Mi matrimonio fue como magia, el resultado fue el lindo regalo que son Juan Manuel, Rosalía y Celso José.
MD. ¿Le gusta leer?
MMD. No. Soy de los que se duermen leyendo, me gustó el libro ‘Sex o no sex’ de Alonso Sánchez Baute. Leo sobre arte.

(Las sombras ya se metían por los ventanales, todo lo que se habló no está aquí, por el espacio, tal vez en un libro se consigne la historia de un vallenato que aquí en su ciudad ha vivido su arte en medio de la soledad, de la incomprensión, pero que en las grandes ciudades le escriben elogiosos comentarios como el del productor de arte cultural, gestor, artista Remy Toledo: “El trabajo de Celso Castro es acerca de actitudes culturales y en una sociedad donde el macho es reverenciado. El hecho que Castro descompone sus fotografías en un estilo collage, que es una manera para el artista, para ir más allá de lo que ve- la descomposición del machismo no solamente en el nivel físico sino también en un nivel conceptual”.
Me despido y lo último que veo es a Celso que besa la hierática figura de su padre que llega inesperadamente a darle un vistazo a su oficina, la imagen se desdibuja en la tarde que ya es noche).

Por Mary Daza Orozco
Cortesía para El Pilón

 

 

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