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Mi primo César Almenares Quiroz

Por: CIRO A. QUIROZ OTERO
He traído a mi mente sus recuerdos, y lo veo un día con el periódico doblado en cuatro planos; colocaba letras y borraba otras, en busca de la palabra precisa que hiciera el entrecruce de la maraña del crucigrama que lo distraía. Levantaba de repente su rostro y una sonrisa solitaria de vencedor intelectual lo erguía frente al adversario imaginario, inventor de aquel rompecabezas.

Durante noches lejanas se le vio en las mesas de la Cafetería Central de la Universidad Nacional, cuando hundía sus ojos de ambicioso provinciano, interpretando códigos y jurisprudencias que confrontaba con los apuntes tomados en clase. Así se hizo abogado, a pesar de las dificultades económicas que sobrepasó para lograr su única opción ante la vida, estudiar.
Eran en esa época, un grupo de vallenatos gregarios que hablaban siempre de lo mismo, con un mismo lenguaje,  enterados de lo que ocurría en la tierra que temporalmente habían dejado atrás; Augusto David, Álvaro Castro, Lucho Orozco Aponte, Rodrigo Aarón, Evelio Daza y tantos que ahora se escapan de mi mente,  todos con sus anécdotas, y con ellos, César Almenares Quiroz, mi primo, que tuvo el carácter de rehusar un día el apellido de su padre, mi tío Tácito, para connotar más el esfuerzo y la gratitud a su madre María, que  lo educó.

Esos encuentros en la pensión de Eulalia de Armas, eran una constante fuente de humor, cuando el filosofo Rodrigo Aarón con su gracia cariñosa y la suavidad y lentitud de sus palabras, lo hacían el mentor de las charadas que en honor a César quiero contar: Cierto día, Evelio Daza para zaherir a Rodrigo, le dijo que el ‘Morocho’ apodo que ellos le acomodaron, era novio de una estudiante de la Universidad Javeriana. Aarón, repentista como siempre, exclamó de una: no dudo que la tenga, pero si te digo Evelio, que debe ser becaria, porque el ‘Morocho’ no nació para casarse con rica.

En otra ocasión, en que César había sido connotado por la facultad de Derecho por buen estudiante, no tardó Evelio en trasmitírselo al filosofo Aarón, éste al instante ripostó: El ‘Morocho’ podrá llegar a ser muy brillante abogado, pero eso no le servirá sino para ser el campesino de mayor jerarquía en Camperucho, la risa abarcaba a todos, y César celebraba esto. Pero un día se desquitó el ‘Morocho’ y fue en el grado de Adalberto Márquez, luego magistrado. Ese día, Márquez ofrecía los tragos de culminación de carrera en el Salón Social de la facultad, pero se había cuidado de invitar vallenatos. Desde afuera le gritaban que el licor que brindaba era Centenario envasado en botellas de whisky; Márquez se salió de su fiesta y por la puerta de atrás sorprendió a los impertinentes; despojado de corbata, chaleco y chaqueta, que lanzó a la grama, retaba al que se le enfrentara entre los que estaban allí. El ‘Morocho’, con un gesto de boca señaló a Evelio, y el graduando Márquez se envolvió en puños con Daza, celebrando vallenatamente su grado. César ovacionó la confrontación con carcajadas de desquite.
Son tantos los recuerdos, pero bastará una anécdota más: había muerto en Bogotá mi tío Tácito y César era el Contralor del Departamento. En la velación, Aarón le coqueteaba a una prima nuestra siendo casado; Evelio, en reproche, le dijo que respetara nuestra presencia, y al instante Aarón replicó: Evelio, Ciro Quiroz y el ‘Morocho’ no se pueden oponer a mejorar su sangre. Cuando César se entero de la anécdota, se rió hasta más no poder.
Hace pocos días César partió para siempre, y veo su imagen desplazarse a paso menudo, mochila arahuaca al hombro izquierdo, ligeramente inclinado, sombrero de palabrero Guajiro y poncho interiorano. Era su indescifrable modo de combinar elementos exóticos que él se inventó, y de la cual le pedí siempre explicaciones que nunca me dio, diciéndome apenas: Bueno y a ti que te importa; presente nuestro primo Walter Arias, intervino: ‘Checha’ decíle que eso se llama identidad, autenticidad, y César agrego: Ciro, te dai cuenta que yo tengo mis razones; Walter reía.
Muchas reminiscencias han regresado, no quiero extenderme; me abstengo y dejo en libertad mis ojos para que las lagrimas fluyan espontáneas, como han salido también del corazón de sus compañeros de promoción que se han acercado a  mí para lamentar su ausencia, ya que César estuvo siempre en los festejos que año tras año hacían, y a los cuales nunca faltó. Así es la vida.

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