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“Mi fórmula para la grandeza del hombre es el amor” Nietzsche

Por Jarol Ferreira Acosta

Vivir la actualidad en cualquier parte del mundo es una lotería que sólo ganan los capaces de asumir grandes riesgos. Las preguntas más importantes de nuestras vidas son imposibles de responder por cualquier camino diferente al de la vivencia.

Si optamos por una vía segura tal vez hayamos caído en la trampa del conformismo, si optamos por el camino riesgoso contamos con un margen de posibilidad de hacer las cosas al menos según nuestra verdad, aunque no sea ese el camino señalado.

Cuando conocí a Pipe, más que nada lo vi como alguien quien como yo en ese momento estaba pasando por una transición en su vida. 

En nuestras largas charlas, en donde fantaseábamos con todo lo que íbamos a hacer estando en mejores condiciones que las presentes, logramos un vínculo irrompible a pesar de lo disímiles de nuestras edades, puntos de vista y la distancia que posteriormente produjo su partida al exterior.

Algunas veces por intentar hacer las cosas bien terminamos metidos en problemas, tratamos de ser honestos y terminamos en una situación que nada tuvo que ver con lo que inicialmente nos habíamos planteado.

Le sucedió a Caicedo, a Basquiat, a Hendrix y a Morrison, por mencionar solo algunos. 

Pipe logró en quienes sobrepasamos la armadura de chico rebelde que usaba para proteger su condición sensible una presencia permanente por su forma de ser.

Una de esas personas capaces de ir más allá de los límites de la determinación y de vencer la incertidumbre que nos paraliza en la ruta hacia alcanzar nuestros anhelos.

Siempre bien vestido, siempre en busca de la mejor muchacha, siempre perfumado, siempre con plata, vallenatómano de alma y corazón, era alguien que se desvivía por su familia y amigos, alguien quien como todos andaba en busca de la felicidad, alguien que dejó al marcharse un hueco en quienes compartimos el más mínimo instante con él. 

Las escenas de esos momentos pasan como en un eterno retorno por mi cabeza. 

De pronto estoy en mi casa, miro hacia una esquina y lo veo ahí sentado, esperándome para salir a tomar gaseosa al parque. Entonces empiezo a recordar y a sentir en la boca el sabor salado de las lágrimas; un sabor mezclado entre rabia y dolor que me pone down down, y ya no hay nada que pueda hacer para evadir esa sensación que solo conocemos quienes hemos perdido  a un amigo que emigró en busca del porvenir y dejó la imagen de su espíritu tatuada entre nuestras nostalgias. 

 

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