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Mi amiga la violinista

A propósito del día del amor y la amistad:

Por Leonardo José Maya Amaya
Cuando llegues allí te darás cuenta que tiene el nombre mal puesto, rodeada de colinas edénicas que se van sobreponiendo unas a otras y ganando altura a medida que se acercan a la sierra madre. Hay muchas flores hermosas y olorosas: heliotropos, lirios que más que una flor perfumada es un perfume florido, las trinitarias exuberantes se confunden con el arcoíris y florecen todos  los días.
Yo crecí en una vieja casona de árboles milenarios, flores y mariposas, ubicada en una colina  espléndida en el lado este del rio Santo Tomás. En el patio había azahar de la india,  blancas, pequeñas y agrupadas, yo nunca entendí como una flor así podía producir un aroma tan exquisito, las mujeres se las colocaban en el pelo y se iban perfumando el pueblo entero sin percatarse que las mariposas las seguían en un frenesí de alas multicolores.
En el centro del pueblo se unen dos ríos, lo que da origen a su nombre, y se forma una colina de ensueño creada por la propia mano de Dios. Este lugar debería llamarse El Paraíso, pero tiene el nombre mal puesto se llama La Junta y queda al pie de las montañas.
Cuando la conocí quedé maravillado: De cabellos claros y ojos ingenuos, nariz de muñeca,  piernas de reina y porte de princesa. Ambos cursábamos el bachillerato, pero en ciudades diferentes, ella hablaba con voz educada muy suave y pausada, pero manejaba un lenguaje sumamente elevado y fluido para nuestra edad y origen, por entonces ya escribía poemas y era una extraordinaria estudiante, más tarde se dedicó a la literatura.
Yo, considerado buen estudiante, tenía cierta fama de instruido y una especie de “muchacho intelectual de pueblo”, pero para hablar con ella sí que lo pensaba, me sentía abrumado, sabía que me superaba y encima era poetisa.
Fue en un baile al aire libre una noche de junio durante un Festival del Fique en la caseta local. La vi entrar, llevaba un vestido  azul intenso, estampado en finos arabescos dorados  y tirantas al hombro que exponían una piel blanca y delicada. Me deslumbró en el acto. Nadie observó que en lo alto las estrellas se arremolinaban para verla, yo creí que no era cierto, que era un sueño, muchos años después ella misma me confirmó que fue real.
Bailamos como príncipes, sentí que melodías de violines lejanos nos rodeaban esa noche, hablamos de nuestros proyectos le dije que quería ser novelista, ella me recitó un par de poemas que había escrito y yo le conté que estaba escribiendo algo sobre un par de chicos que se enamoraron en un  pueblo de colinas y flores. La noche fue muy corta pero volvimos a vernos durante esas vacaciones, intercambiamos algunos escritos y después nos perdimos en los laberintos de la vida, de vez en cuando tenía noticias de ella y ella de mí, pero no volvimos a vernos.
Yo me fui del pueblo, me fui de la ciudad y después  salí del país durante unos años. Una noche de abril, en una ciudad alegre y de vientos tiernos me la encontré en un congreso de poetas. Lucía un vestido rojo encendido de escote perfecto,  no había cambiado mucho excepto que estaba más linda, se había casado y tenía hijos, charlamos hasta el amanecer.
Revivimos nuestros mundos, hablamos de esa noche que ella tampoco había olvidado, le conté lo que sentí cuando la vi entrar, le dije lo de las estrellas, no me creyó lo primero, pero admitió que todo fue real y que yo no lo soñé. Preguntó por mi historia de amor, le expliqué que nunca la terminé.
Desde lo alto se divisaba la ciudad llena de luces y encanto, una suave brisa mecía su cabello al viento, entonces la abracé,  mi mano rodó desde sus cabellos y respiré su aliento de cielo, no dijo nada, mil caballos desbocados se agruparon en mi pecho y en el último suspiro ella los detuvo en silencio con su mano sobre mi brazo. Mi estrella viajera, golondrina cautiva me elevó en un instante y en un instante  también me enfrentaba al abismo, el poder de un recuerdo  lastima la vida pero la vida no debe lastimar un recuerdo.
Al despedirse me hizo un gesto de violinista en fuga y me pidió que terminara mi historia, prometí cumplirle, con el último sorbo me dejó un beso en el viento y se perdió de nuevo… antes de que mi corazón la detuviera.  Ella sabe muy bien que no se ha ido de mí y sabe también que cada día la respeto más.
¡Feliz día del amor y la amistad!
ljmaya93@hotmail.com

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