Llegamos con mi esposa a Valledupar hace 3 años por motivos estrictamente laborales. Nunca antes habíamos pisado esta tierra. A mí siempre me ha gustado el calor intenso pero solo lo había sentido en plan de vacaciones y por pocos días; mi esposa sí se declaraba “mala para aguantar calor” y eso nos preocupaba mucho. Quienes nos conocen bien, familiares y amigos, no daban un peso por nosotros aquí: no nos daban ni un año, a lo sumo, un año por aquí. “Ustedes siempre serán los cachacos, no se van a integrar”, decían; otros nos aconsejaban: “¿qué necesidad hay de irse por allá?”, “¿Es que les hace falta algo aquí en Bogotá?”.
En ese momento, finales del 2018, no alcanzábamos a imaginar lo equivocados que estaban. Era evidente que ninguno de ellos había vivido por aquí, sus opiniones eran producto de lo que se oye, de lo que otros dicen. En este país somos expertos en dictar cátedra sobre temas que no conocemos; todos somos presidentes, todos somos técnicos de fútbol, todos somos jueces de la República, todos somos periodistas, etc., etc.
Llegar aquí fue una linda aventura. Aunque primero vinimos en avión para conocer, una vez aceptamos la oferta de trabajar aquí debíamos traer el trasteo y nuestros carros. Nunca habíamos venido a la costa por tierra. La verdad el viaje fue maravilloso. Excepto unas 3 horas de Villeta hacia este Valle, todo bien, buenas vías, poco tráfico, lindos paisajes; dormimos en Aguachica y el trayecto de allá hasta aquí fue muy agradable y con los cañahuates sentimos lo que es el amor a primera vista. Empezamos bien.
Poco a poco las experiencias vividas y especialmente los vínculos que fuimos construyendo con las personas, hicieron que nos sintiéramos en casa. Cada que volaba a Bogotá, al subirme al avión y antes de entrar a la cabina, miraba hacia atrás y me persignaba mirando el Valle y pidiéndole a Dios que me regresara sano y salvo a mi ciudad. No es difícil querer esta tierra.
De hecho conocimos a varias personas que venían de otros lugares, llegaron por diferentes motivos y se amañaron. Pues nos pasó lo mismo. Mi mamá vino varias veces de visita y le gustó tanto que hasta pensó venirse a vivir aquí. Y por eso ahora que nuestras labores han terminado, que el motivo por el que vinimos ya no existe, ahora que debemos regresar a Bogotá a ponernos guantes y chaquetas, queremos esperar lo más para demorar ese regreso. No queremos enfrentarlo, duele porque nos sentimos de aquí, hemos trabajado duro por esta tierra y su gente, les tenemos inmenso aprecio.
Nos vamos con el corazón hinchado de cariño y de agradecimiento. Nos vamos porque nos toca, porque lo que nos espera no está aquí. Nos vamos porque Dios nos trajo sabiendo que le seríamos útiles pero seguro ahora nos tiene en otros proyectos. Nos vamos llevando con nosotros lindos recuerdos, dejando amistades eternas y con los ojos encharcados. ¡Ay, mi Valle, te vamos a extrañar!
La promesa es clara: cada que podamos volver volveremos, cada oportunidad que veamos apropiada para visitarlos los visitaremos, cada que podamos regresar a compartir a carcajadas y comernos unas salchipapas, lo haremos. Todo esto ahora hace parte de nosotros, de nuestra vida, de lo que somos y no lo cambiaremos. Dejamos parte de nuestra familia aquí.
Sobra decir que le agradecemos con el alma a EL PILÓN, a ese maravilloso equipo periodístico que desde hace 27 años trabaja arduamente por informar neutralmente a la ciudadanía valduparense. Gracias por esta columna, por haberme invitado a participar con mis escritos pero especialmente, gracias porque a pesar de la distancia me seguirán acogiendo los sábados de todas las semanas. Créanme que me llena de satisfacción saber que me continuarán leyendo en estas páginas, que podré seguir opinando sobre muchos temas aunque físicamente ya no esté aquí. No tengo cómo pagarles.
Dios bendiga esta tierra, Dios bendiga a su gente, Dios los guarde de todo mal y que pase lo que pase, sean muchos los reencuentros que nos falten por delante. Gracias Valledupar por acogernos, por cuidarnos y por querernos. Gracias mi Valle por tanto cariño, por tanta alegría, por tanta música buena, gracias por darnos trabajo y también por despedirnos con honores; porque así nos estamos yendo, con honores. Hasta las despedidas son nobles aquí.
¡Gracias por tanto, gracias por todo!
Mientras tanto: el Centro Esperanza debería llamarse “el regreso de Juan Manuel”…