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Mejor la política

La campaña presidencial no ha arrancado en firme y ya vamos viendo lo peorcito de ella. Arrancó con el escándalo de Odebrecht. El artículo de la Unidad Investigativa de El Tiempo de este viernes 20 parece, ofrezco excusas por la comparación, la relación de una fiesta a la que no llegaron ni los payasos, ni el ponqué, ni los músicos y en la que el anfitrión parece que no va a recibir los regalos feos que el amigo matoneador quiere que reciba. Y lo digo por todos los implicados en el caso.

En esta se habla de Oscar Iván Zuluaga. Pues nada. No llegó al CNE el testimonio clave del publicista José Eduardo Cavalcanti de Mendonça, quien en últimas, la única declaración la ha hecho frente a la Policía Federal de Brasil y nunca frente a la Fiscalía de ese mismo país. De tal manera que como la Fiscalía de Brasil no tiene ese testimonio pues no puede vincular a Oscar Iván Zuluaga en ninguna investigación, lo dijo el mismo procurador del “Pais mais grande do mundo” en una carta. Y por cuenta de este caso, en el que no ha pasado nada, pues Oscar Iván Zuluaga retiró su candidatura presidencial y medio país, para corresponder a las estadísticas del uribismo, ahora piensa que no es más sino un grandísimo corrupto beneficiado con Odebrecht, el mismo país al que se le olvida que ese señor le ganó la primera vuelta al presidente que era ya era presidente. Parece que la necesidad de salir del hombre como fuera se impuso sobre el mismo hombre.

La investigación sobre los dineros de Odebrecht en la campaña del Presidente Santos también es como de la misma fiesta. Como cuando uno suelta la serpentina soplándola así con todas las fuerzas de sus pulmones y la bendita apenas cae sin coger vuelo. El presidente admitió lo que para él es inadmisible: la entrada de dineros de Odebrecht a sus espaldas para la impresión de unos carteles. O sea, el anfitrión había mandado las tarjetas de invitación, pero no sabía quién se las había hecho. Finalmente, se lo dijeron y lo hicieron quedar bien mal. Más allá de eso está Otto Bula, enredadísimo y detenido, a la suerte de un montón de chats con contexto, sin contexto y a veces hasta sin texto. Bula, el payaso. Y Ñoño, el mago.

Y así, con una banderilla clavada al toro manso y otra al toro bravo empezaron a cantarse estas elecciones de donde salió la palabra mayor: corrupción. Para denunciar la corrupción como el gran problema de este país ha estado, voz en cuello, la senadora Claudia López, también candidata presidencial, quien tiene una lista de corruptos de la que nadie parece escaparse. El asunto es que la corrupción produce en la ciudadanía inconformidad, porque las personas se identifican con una falta de recursos para sus vidas que está en manos de otros, que ya tienen mucho, y que quieren más a costa de las necesidades de los primeros. En estos países nuestros, tan escasos de ideas puestas en marcha para salir del atraso económico, si es que eso existe, un caballito de batalla de esos es “pulpito”. Y por esa vía, poniéndole al pueblo colombiano una inconformidad tan grande, nos vamos olvidando de los esenciales posibles y proyectables.

Esta campaña va a estar aburridísima en medio de las sentencias “vamos a derrotar la corrupción en Colombia” y “No vamos a permitir que los crímenes de las Farc contra el pueblo colombiano queden impunes”. Pero aburridísima. Quién piensa en la ciencia, en la tecnología, en el medio ambiente, en la educación, en bajar las tasas de interés a los archimillonarios bancos colombianos, en la reconciliación, en las guarderías infantiles de tiempo completo para que las mujeres no corran como locas por todas las ciudades, en el transporte masivo seguro y de verdad masivo, en los más pobres, en…etc. Fajardo y De la Calle, sigan pensando. Mejor la política.

Por María Angélica Pumarejo

 

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