El sábado anterior el editorial de este diario planteó un interesante llamado de atención a los gobernantes y ciudadanos, respecto a la necesidad de contar con más mediciones y menos marketing del YO exacerbado en la publicidad gubernamental.
Este llamado de atención me hizo recordar los orígenes que dan lugar a la necesidad de medir el desempeño de un gobierno y sus acciones. Fue a finales de los años 70 y principios de los 80, y ante el crecimiento de un aparato burocrático que parecía volverse cada vez más rígido e incapaz de responder a los problemas que el contexto imponía, el gobierno de Margaret Tatcher emprendió una serie de reformas en Inglaterra que dieron origen al modelo que conocemos como la Nueva Gestión Pública (NGP), donde la medición y la evaluación cobraron especial interés para la agenda de gobierno.
En Colombia desde finales de 1991 la información del desempeño ha encontrado su aplicación más generalizada en el Sistema de Seguimiento y Evaluación (sinergia), un esfuerzo dirigido desde el gobierno central y cuyo propósito actual es el de evaluar el progreso en los objetivos de políticas y programas para informar el proceso de elaboración del presupuesto. Este sistema combina tres elementos: 1) Monitoreo de indicadores; 2) Evaluaciones y; 3) Mecanismos de retroalimentación.
Hipotéticamente así funciona el nivel central, pero la realidad es a medias, si bien es cierto la nación mide indicadores y hace evaluaciones, no aplica de manera rigurosa la retroalimentación, es decir, los resultados de dichos estudios en muchos casos no se les presta atención. Un caso evidente es la evaluación al proceso de licencias ambientales (por citar un ejemplo), cuyos resultados dicen una cosa y las decisiones tomadas por el gobierno hicieron otra. ¿Para qué evaluar y medir si no se usan los resultados?
En este escenario me pregunto ¿con qué autoridad el nivel central le puede pedir a un mandatario que mida, evalué y tome decisiones? Esta crítica en ningún momento justifica la hipocresía que se maneja en el nivel central o la desidia de los niveles territoriales por medir y evaluar. Lo que molesta en algunas ocasiones es que los fracasos de las políticas y programas nacionales se les endilguen a los gobiernos locales, cuando en el nivel central tiene las mismas falencias.
El objetivo de la medición en la NGP era orientar la toma de decisiones, un aspecto fundamental es mejorar las capacidades de los gobiernos locales para producir información de calidad. La pregunta es ¿Qué se está haciendo al respecto y cómo podría mejorarse? Y ojalá la respuesta no sean las típicas capacitaciones de dos horitas.