Colombia es un país que se ha acostumbrado a la violencia, a ver sangre, donde el nivel de intolerancia se eleva cada día más, comportamiento que empieza a volverse habitual y pasa del impacto social a consideraciones que si bien es cierto no son de aceptación se constituyen en hechos comunes, es como si nada pasara.
Las masivas, recurrentes y bien organizadas manifestaciones de cara al brote de violencia en el país, no dudan atribuirlo a un mal de la sociedad en general, calificándola de una enfermedad que se ha deteriorado a tal punto que sacrifica a los más inocentes: los niños. En criterio justo y razonado no es prudente hacer una generalización como expresar por ejemplo que hechos como el recientemente ocurrido en Florencia (C), donde fueron vil y cobardemente asesinados cuatro inocentes niños y otros casos idénticos son propios del ser social; es más contundente, significativo y elocuente reclamar del Estado colombiano el abandono, la permisividad y omisión que ha asumido en diferentes sectores neurálgicos del país, donde se le ha requerido y se ha mostrado ciego, sordo y mudo.
Estos crímenes atroces y demás atentados contra la niñez, se constituyen en un referente oscuro preocupante y angustioso que debe ser divulgado con mayor énfasis a través de los medios de comunicación, tras la finalidad de concientizar a la sociedad para que haga eco incesante y abundante a rechazar estos actos; para que cada asesinato sea un hecho que conmueva, que nos duela a todos; es decir prender alarmas a manera de protesta.
En el país se ha deslegitimado la vida de nuestros semejantes. Por ello hoy se requiere más que nunca hacer valer el postulado que los derechos de los niños están por encima de los derechos de los demás; se irrespeta más a la niñez, se abusa, pisotean los principios constitucionales y las autoridades no despliegan todo el poder; en otras palabras se nos creció el enano; no se actuó, no se controló y no se sancionó a tiempo. Ante este dantesco y demencial escenario de vida, las preguntas que surgen: ¿Dónde están las autoridades?, ¿Qué hacen?, ¿Cuál es el papel de la sociedad y la institucionalidad? Otro ejemplo de antivalor lo configura el desfile de niñas, denominado “Miss Tanguita”, patrocinado por la Alcaldía de Barbosa, Santander, ¿Qué pueden aprender estas niñas en estos eventos a esa edad, acaso incitar al erotismo?, lo más aconsejable sería que estuvieran en programas educativos, recreativos, acordes a su edad.
Todas estas manifestaciones, muestran el animal salvaje que posee el hombre, motivo por el cual estamos obligados a la orientación de nuestra niñez como el objetivo primordial.
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