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Más que una disputa de egos

Álvaro Leyva tiene la llave, pero Uribe tiene que dejarse ayudar.

No es la primera vez que el férreo general de cuatro soles, Uribe, flexibiliza su posición. En marzo del año pasado propuso la prolongación de las negociaciones de La Habana, aunque retomó su andanada de críticas después del torpe y vil asesinato de 11 soldados en el Cauca por parte de las Farc. Pero como aventajado conocedor de El arte de la guerra de Sun Tzu, Uribe entiende que la mejor batalla es la que no se libra, que aunque se realice una lucha tenaz, al fin podría ser avasallado por el adversario.

Por eso, su propuesta de reabrir algunos capítulos como el de justicia y el de elegibilidad política para participar en las conversaciones va más allá de un simple movimiento táctico, pese a que resulte inviable por ser el punto de honor de las Farc. Es la expresión de la preocupación del líder cuando sabe que no conduce sus huestes hacia la épica victoria, sino al borde de escarpas y precipicios.

Uribe sabe que no tiene la mínima opción de ganar el plebiscito. Cualquier estrategia orientada a capitalizar la escasa favorabilidad de Santos ya fue hábilmente neutralizada al manifestar que el plebiscito no va a ser sobre él y que la paz no es del Gobierno, sino de todos los colombianos. Mientras el Centro Democrático debate los pormenores del dilema del no o la abstención, Santos suelta su séquito de prosélitos sin mayor esfuerzo. Porque pese a las críticas, la designación del expresidente Gaviria como coordinador general de la campaña por el sí fue acertada. No porque fuera ideal. Más bien porque Santos necesita a un líder de peso a su lado en esta contienda y porque era imposible poner a todos los partidos de acuerdo. No importa que vayan desunidos. Para Santos, el objetivo es cabalgar hacia la aprobación del plebiscito.

Y eso lo sabe un líder fogueado en mil batallas como el expresidente, pero atrapado en sus posturas radicales del pasado. Como también entiende que está como barco a punto de encallar y que hoy más que nunca se juega su lugar en la historia. Por eso, el trino de Uribe del pasado sábado, en el que manifestó que “en temas de paz me entiendo con el Dr. Álvaro Leyva, quien no nos engaña”, debe ser interpretado como una nueva flexibilización y un deseo de diálogo. Y no podía ser más acertado. Aunque en pocas ocasiones coincido con las posturas de Leyva, como la de una constituyente, que sería como pegarse una borrachera para olvidar los problemas, conozco su optimismo irremediable, su pasión por la búsqueda de salidas políticas, su generosidad e ingenio, y no dudo de que quiere ayudar y tenderle una mano a Uribe.

A pesar de que el exmandatario haya dado una y otra vez un portazo a las invitaciones al diálogo, creo que hay que insistir en una nueva y generosa oferta del Gobierno, porque esta coyuntura es más que la disputa política y de egos entre el expresidente y presidente en ejercicio. Porque parafraseando al historiador británico Timothy Garton Ash, en su análisis sobre las elecciones en Estados Unidos, aunque Uribe no gane, las heridas abiertas en Colombia tardarán más en cerrarse; y eso es malo para todos. América Latina necesita que este país esté unido, no que se desgarre. Y porque el posconflicto no será fácil y necesita más de un doliente. Me siento imposibilitado de ser uribista, pero creo que hay que evitar que un gran líder como Uribe termine derrotado como cuando el Tea Party de los republicanos se oponía a la reforma sanitaria de Obama o como terminará Trump, con discurso divisivo y trazando sombríos dibujos de un país hundido en el caos y la violencia que solo él podría salvar.

John Mario González

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