Había alucinado con una muchacha que me contemplaba desde el lado B de la vida, desde ese lado me hizo caritas con una sonrisa inolvidable, y desde esa vez se me aparecía a cada rato, en cualquier parte. Descendía desde su ingravidez, tocaba a mi puerta y yo le abría. Entraba lentamente y mi cuarto se llenaba de hongos de colores, muchos colores. La otra vez me dijo que la acompañara al cementerio a visitar a un exnovio fallecido en Villanueva. Fuimos y como era de noche el lugar estaba cerrado así que nos tocó saltarnos la tapia a buscar nosotros mismos la tumba del personaje. A veces creía que la había visto antes en alguna parte, en la fila de un banco o en un carrito de pasajeros, quién sabe si varias veces habíamos estado a la misma hora en el mismo lugar sin haber notado el uno la presencia del otro. Me la imaginaba hurgando en los estantes de libros de literatura colombiana de La Panamericana, o comprando un Subway con Coca Cola para luego irse a sentar sola a la terraza de la plazoleta de comidas del Guatapurí, contemplando el deshielo de la Sierra Nevada de Santa Marta. Me la imaginaba yendo por ahí, desparchada, y nuestras miradas cruzándose sobre una acera o simplemente soñando mutuamente el uno con la sonrisa del otro.
Pero mis alucinaciones dieron un giro abrupto la mañana en que me enteré de la mala nueva: diecisiete de abril. Día caluroso. Pitos de mototaxis y carros. Salí a comprar vainas para el desayuno cuando recibí la llamada de un amigo preguntando si ya sabía lo de Gabo y que si había leído el artículo que escribió Fernando Vallejo no sé cuándo publicado al respecto en El Malpensante. Voy a internet y todo está plagado de la noticia. Entonces todo cobra sentido. Tal vez no era una alucinación sino una premonición la aparición constante de esta muchacha que tal vez es real y existe más allá del cristal blindado de las letras; tal vez en este instante anda por ahí y seguramente hay miles de mariposas refugiadas entre su mata de pelo, de todos los colores. Un ejército de pájaros transita entre sus ojos, huele a cielo, sabe a mango, puede crear vida con solo mencionar las cosas: mesa, televisor, abanico, perro, gato, cama, puede hablar con los animales y algunas plantas, y además puede hacer florecer el pavimento. Seguramente ahora, al escribir esto, sobrevuela mi casa antes de venir a sentarse a mi lado mientras las nubes negras de abril encapotan la madrugada.