Continuación…
En 1.848, Marx y Engels, suscribieron el Manifiesto Comunista. Consideraban a Rusia y a Alemania como países aún rurales y por consiguiente no maduros para llevar a cabo la revolución socialista y comunista, lo que sí sería posible en países avanzados como Inglaterra, Bélgica, Francia y Estados Unidos. No obstante, la realidad histórica produjo la paradoja de todos sabida, es decir, que no ocurrió en los países desarrollados, sino en los países rurales por entonces, Rusia y posteriormente en China.
Pero convinieron en que previamente a dicha revolución violenta se debían imponer las siguientes medidas de orden práctico:
1) Reforma Agraria, mediante el sistema de la expropiación, 2) fuerte impuesto progresivo sobre la renta, 3) abolición del derecho de herencia, 4) confiscación de la propiedad de todos los emigrados, opuestos a los cambios sociales y económicos, 5) centralización del crédito en manos del Estado, con monopolio absoluto, 6) centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte, 7) multiplicación de las empresas fabriles (industriales) pertenecientes al Estado, 8) centralización de los medios de producción en manos del Estado, 9) obligación de trabajar para todos, no para el lucro, según su capacidad y recibir según la necesidad de cada uno, 10) militarización del campo, como herramienta de producción y 11) educación pública gratuita y obligatoria, a cargo del Estado, independientemente del querer de las familias.
Comencemos a tratar ahora las enajenaciones, que nombramos en nuestra columna anterior, las cuales, según Marx, impiden la toma de conciencia socialista y hace necesaria la vía de la violencia.
a)Crítica de la alienación religiosa. En la sociedad socialista, no es que no haya ningún lugar para Dios, sino que ni siquiera hay espacio para plantearse la cuestión de Dios.
Porque de lo que se trata es de pasar de un ateísmo negativo a un materialismo positivo, que se fundamenta en la única realidad: el hombre. Por tanto, se trata de un ateísmo visceral.
Para Marx la religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo. Por consiguiente, será necesario abolir la religión como alegría ilusoria, para que el hombre pueda gozar de una alegría real, eliminando el más allá para preocuparse del más acá.
Para él, la existencia del hombre no se explica por la intervención de un ser superior que crea, sino por un movimiento circular hombre—naturaleza. El hombre, en este sentido, se produce a sí mismo.
Su crítica no es solo al fenómeno religioso, pues critica concretamente al cristianismo. Considera el fenómeno religioso como un reflejo de las estructuras socio—económicas. Por tanto, la desaparición de la religión dependerá del cambio de la estructura socio—económica.
Continuará…
Rodrigo López Barros